En busca del tiempo vivido

"À LA RECHERCHE DU TEMPS PERDU" (Florido Pensil)

"....Llevé a mis labios una cucharada de té en la que había dejado desleírse
un trozo de magdalena. En el mismo instante en que aquel trago,
con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en
algo extraordinario que ocurría en mi interior... ¿Dé dónde venía y qué significaba?...
Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad...
Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tila... ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas de Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té’.

Marcel PROUST.- "Du côté de chez Swan"


De este momento vital surge la elaboración de la obra de Proust: “En busca del tiempo perdido”. Algo parecido le ha ocurrido al Náufrago al ver las imágenes de una presentación sobre el “Museo virtual de la Escuela”. A medida que iba mirando, un sinfin de recuerdos, sentimientos y emociones iban surgiendo del ‘Museo emocional” que yacía dormido en algún rincón del alma. No era la búsqueda del “tiempo perdido”, sino del tiempo vivido, felizmente en general. Volvió a verse sentado en los pupitres de aquellas aulas, con dos asientos, cajones con tapaderas abatibles, donde guardar carteras, cuadernos y libros. Encima, un largo canalillo donde colocar la pluma y en un hueco, a la derecha, el tintero blanco de china.

Volvió a sentir el frío de aquellas aulas, donde la única calefacción provenía de una estufa alimentada con carbón y un largo tubo que expelía al exterior los humos. A veces sobre la estufa se colocaba una lata con agua y algunas hojas de eucalipto dentro para sanear el ambiente.

Al ver la imagen del maestro rodeado de alumnos. Buscó en su álbum aquella foto de su primer año de bachillerato, donde aparece en la esquina de la izquierda, sentado en el suelo de aquel inmenso patio del colegio, rodeado de los amigos más afines. Recordaba aquellas caras, algunas con sus nombres apellidos, otras ya apenas le decían nada, pero otras le hablaban de aventuras comunes o de sus caracteres: el empollón, el delicado, el campechano, el diestro en cualquier deporte. Algunos incluso llegarían a ser jugadores de Primera División de fútbol… Todo un mundo revivido.

Y en ese museo interior que ahora revivía, aparecían una serie de 'iconos' escolares: las pizarras enmarcadas en regletas de madera, con sus pizarrines, el trapito sujetado en una esquina para humedecerlo, con la propia saliva, si no había agua a mano. Y volvía a ver las paredes del aula ‘adornadas’ con mapas físicos y políticos, con láminas del cuerpo humano o historias de la Biblia.

Acudía el recuerdo y la emoción de aquellos cuadernos de Edelvives donde hacía las cuentas, los ejercicios de ‘copia’ o de caligrafía. Y con los cuadernos, aquellas plumas de corona, de pico de pato o las de hacer la letra redondilla. Cuadernos y libros, el Rayas, las Enciclopedias el Catón de introducción a la lectura, con frases tan moralizantes como éstas:
La niña buena, aprende Catón,
y escribe los palotes sin ningún borrón.
La niña buena aprende a sumar,
y sigue los consejos de papá y mamá.
Y encima de aquel armario, el Globo terráqueo, conviviendo con las cabezas de las huchas del Domund (Domingo Mundial de la Santa Infancia) para pedir por los ‘chinitos’, aunque también había cabezas de apaches, de negritos, y malayos.

El Náufrago fue un niño feliz en el colegio y en los juegos. Estudiante irregular con buenas notas y menos buenas, hábil en las materias artísticas y de letras, nulo en lo que tenía que ver con las Matemáticas y la Física. Se sentía a gusto en el aula, algo payaso a veces, congeniaba con casi todo el mundo y disfrutaba a la hora de los juegos, en el colegio o fuera: en la calle, en los salones de ping pong o de billar. Aros, peonzas, canicas, chapas, tebeos del Guerrero del Antifaz, jugar al clavo o al tirable, era su paraíso de infancia. Feliz fuera de casa y más serio en el hogar de rígidas costumbres.

Hoy, mirando estas fotos no ha reencontrado un mundo perdido, sino el mundo vivido y que de alguna manera no ha muerto porque sigue viviendo de forma distinta.



Comentarios

pilar ha dicho que…
Exactamente igual a los de la foto conseguí un pupitre de mi antigua escuela. Fue el escritorio de mi hija cuando era pequeña.

Ahora que ya tiene su casa le está buscando el lugar apropiado para que luzca.

Bicos

Entradas populares