Don Nicolás hace cola

PAPÁ, PAPÁ ¿CUÁNDO NOS VAMOS?

Don Nicolás, como su propio nombre indica, detesta las colas y las salas de espera. Necesita hacer ‘algo’, y esperar le parece una pérdida inútil de tiempo. Últimamente, para que la angustia que le produce el hecho de esperar no aumente pensando en ello y crezca aún más su impaciencia, ha decidido olvidarse de que está en una cola y se dedica a observar todo cuanto le rodea: personas, espacios, objetos, carteles, actitudes, cualquier detalle que ocupe su mente y esperar, distraído, el momento de su turno.

A veces, como hoy, saca del bolsillo interior de su chaquetón o cazadora una pequeña libreta y se entretiene tomando nota de cuanto observa. Esta mañana le había llevado hasta una oficina de correos un aviso del Ayuntamiento que el cartero había dejado en su buzón. Cuando uno ve tal remitente, se inquieta porque este tipo de instituciones son más propicias a reclamar, sancionar, exigir que a repartir donativos y regalos. Doble motivo de impaciencia para el impaciente Nicolás.

Con estos ingredientes se puso nuestro amigo en la cola, bastante larga por cierto. Enfrente, cuatro rótulos con los simples números 1, 2, 3 y 4, sin informe alguno más que indicara sus funciones. Por otra parte sólo dos de ellos estaban ‘habilitados’ para el servicio de los ‘colantes'. El número 1, carecía de asistente y el empleado del número 4 estaba entretenido entre el ordenador y sus papeles, ajeno por completo a otros menesteres. D. Nicolás miraba para un sitio y para otro, buscando alguna información que le indicara que estaba en la fila correcta. Miró a su alrededor y vio varios carteles, desde el que señalaba que el plazo para ‘renovar los Apartados de correos”, hasta el que señalaba “Recoja el número para su turno en la máquina que está en la entrada”. Miró también hacía arriba donde un rótulo desfilaba por la pantalla de un monitor:



Anuncio perfectamente inútil porque en la pared una hoja blanca, tamaño DIN A4, señalaba: “SIN SERVICIO, NO FUNCIONA”.

De su observación sólo había sacado una conclusión relativamente tranquilizadora: estaba en la cola adecuada y le tocaba ‘aguardar’ que se parece un poco a ‘aguantar’, destino éste nada extraño para cualquier ciudadano español que se precie de tal.

A todo esto, mientras tomaba notas y observaba el ambiente, le llamó poderosamente la atención que el silencio era casi sepulcral entre los pacientes ‘colistas’. Silencio que sólo se vio roto cuando una voz de niño, de unos tres o cuatro años, que se paseaba entre la fila de ‘colantes’, dirigiéndose a su papá le preguntó: “Papá, papá ¿Y cuándo nos vamos?

Don Nicolás sintió como un alivio. Comprendió que no estaba solo en sus sentimientos, había una conexión directa con la infancia: la impaciencia. Entonces dejó de tomar notas y se entretuvo siguiendo los paseos del infante que de vez en cuando tiraba de la manga del abrigo de su papá y repetía el sonsonete: “Papá, papá ¿Y cuándo nos vamos?

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