El encuentro
UN CERTAIN SOURIRE
Le sonrió, como si se conocieran. Él se sorprendió, pero le devolvió la sonrisa. Ella le tendió su mano pequeñita y él se la apretó. Ella entonces entendió la reacción y le acercó su mejilla. Un beso cariñoso fue la respuesta sin dejar de sonreír. Ambos entendieron. Ese mudo silencio valió por mil palabras.
- “¿Qué tal está?”, le preguntó él, tratando con su pregunta de no romper la complicidad de aquel encuentro.
- “Muy triste”, respondió, sin dejar de sonreír y mirando con sus pequeños ojos vivarachos que hablaban solos.
Ella era una ancianita de más de 80 años. Un metro cincuenta de mujer, vestida con un sencillo vestido azul con flores amarillas. En su mano izquierda, un bastón que apenas posaba en el suelo sujetando a la vez en el puño una pequeña bolsa de plástico… Cuando él oyó el “Estoy muy triste”, le preguntó si vivía sola.
- “No, estoy en una residencia”.
- “¿De monjas?”. Era lo más probable dado el sitio donde se habían encontrado.
- “Sí”, fue la respuesta escueta, sin demasiado entusiasmo.
- “¿La tratan bien?”. La viejecita dudó un momento y no se atrevió del todo a decir que no se sentía contenta. No la trataban mal, pero estaba claro, que no era suficiente que la cuidaran. Su mayor necesidad tenía una palabra. Lo que más le hacía estar triste, era no recibir todo el cariño que necesitaba para sentirse bien. Y continuó contándole que había estado en “Los ángeles Custodios”, donde la trataban mejor. Él, cambió la conversación y le preguntó por la pequeña bolsa de plástico que sostenía al mismo tiempo que el bastón. Con la otra, de vez en cuando le cogía la mano derecha .
-“¿Es para usted esa chocolatina?”, le preguntó.
- “No es para mí, es para una compañera que está inválida y no puede salir. Antes compraba más, pero ahora no tiene dinero y se lo llevo yo”. Durante un rato siguió hablando de la residencia. Insistía en el “ahora no tiene dinero”. Por lo que dedujo él, dos cosas le preocupaban, pero podíamos decir que lo único que necesitaba a montones era CARIÑO, no tanto como el dinero.
Ella le seguía mirando sin dejar en un momento de sonreír. A pesar de la edad, su cara no tenía apenas arrugas, era como una niña de ‘cierta edad’. Él hizo un gesto como de despedida. Ella le apretó la mano aún con más fuerza. Él correspondió, apretándose a la vez, se agachó un poco para poder besarla en la mejilla. Aquel beso duró unos segundos prolongados. Un beso indescriptible, mientras ambos se dirigían en direcciones contrarias. Él, a un recado, ella, a ese sitio donde está bien pero donde le falta lo principal: una palabra, una razón de vivir: CARIÑO.
- “¿Qué tal está?”, le preguntó él, tratando con su pregunta de no romper la complicidad de aquel encuentro.
- “Muy triste”, respondió, sin dejar de sonreír y mirando con sus pequeños ojos vivarachos que hablaban solos.
Ella era una ancianita de más de 80 años. Un metro cincuenta de mujer, vestida con un sencillo vestido azul con flores amarillas. En su mano izquierda, un bastón que apenas posaba en el suelo sujetando a la vez en el puño una pequeña bolsa de plástico… Cuando él oyó el “Estoy muy triste”, le preguntó si vivía sola.
- “No, estoy en una residencia”.
- “¿De monjas?”. Era lo más probable dado el sitio donde se habían encontrado.
- “Sí”, fue la respuesta escueta, sin demasiado entusiasmo.
- “¿La tratan bien?”. La viejecita dudó un momento y no se atrevió del todo a decir que no se sentía contenta. No la trataban mal, pero estaba claro, que no era suficiente que la cuidaran. Su mayor necesidad tenía una palabra. Lo que más le hacía estar triste, era no recibir todo el cariño que necesitaba para sentirse bien. Y continuó contándole que había estado en “Los ángeles Custodios”, donde la trataban mejor. Él, cambió la conversación y le preguntó por la pequeña bolsa de plástico que sostenía al mismo tiempo que el bastón. Con la otra, de vez en cuando le cogía la mano derecha .
-“¿Es para usted esa chocolatina?”, le preguntó.
- “No es para mí, es para una compañera que está inválida y no puede salir. Antes compraba más, pero ahora no tiene dinero y se lo llevo yo”. Durante un rato siguió hablando de la residencia. Insistía en el “ahora no tiene dinero”. Por lo que dedujo él, dos cosas le preocupaban, pero podíamos decir que lo único que necesitaba a montones era CARIÑO, no tanto como el dinero.
Ella le seguía mirando sin dejar en un momento de sonreír. A pesar de la edad, su cara no tenía apenas arrugas, era como una niña de ‘cierta edad’. Él hizo un gesto como de despedida. Ella le apretó la mano aún con más fuerza. Él correspondió, apretándose a la vez, se agachó un poco para poder besarla en la mejilla. Aquel beso duró unos segundos prolongados. Un beso indescriptible, mientras ambos se dirigían en direcciones contrarias. Él, a un recado, ella, a ese sitio donde está bien pero donde le falta lo principal: una palabra, una razón de vivir: CARIÑO.
Comentarios
Un beso para Douce y otro para su papá.
Gracias. Hay billetes con besos de ida y vuelta.
Muy linda historia.
Gracias y mucho cariño!!
Los ancianos, los niños, los animales son tal vez la parte más sensible y necesitadas de atención traducido en cariño, en calidez, en amor; solo me resta añadir que con un mínimo de atención, recibimos a cambio algo que no se compra con nada, esa emoción, ese, sentimiento, esa gratitud, que anidará en el corazón beneficiándonos de manera directa.
La indiferencia mata al amor...
Gracias por el post.
Abrazos de Ro
Vivir sin capacidad de dar y recibir cariño, sería no 'vivir' demasiado. Si llamamos 'vida' a lo que hacemos y sentimos nos damos cuenta que nuestro vivir depende en gran parte de los sentimientos que compartimos.
Sí, es cierto que los más 'débiles' son los que más lo necesitan y los que mejor saben agradecerlo. No con el 'muchas gracias' sino con todo lo que son o les queda, que a veces es mucho en un cuerpo frágil.
Recibe esos afectos
Me gusta compartir estas vivencias que a veces nos 'asaltan' sin esperarlo. La verdad que el encuentro inesperado con esta viejecita me produjo una sensación mezcla de compasión y de cercanía.
Son recuerdos que cada vez que los revives sirven de aliento. Aún veo nítidamente la mirada y la sonrisa de aquella viejecita pequeñita que me tendía la mano. Apenas tenía arrugas en su cara, quizá sea la herencia de una vida sin malicias.
Besos.