Un paseo por el bosque

EL SENDERO DEL ARROYO DE GANZARROS”

Cuando un hombre consigue llegar a la fraga, un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado –aunque transitorio- de novedad, se entera de muchas historias. No hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con aquella ternura y aquella emoción y aquel afán y aquel miedo de saber que hay en el espíritu de los niños.
“El bosque animado” W. Fdez. Flóre
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Por fin esta mañana conseguí que mi papá me llevara al bosque. Hacía mucho tiempo que no íbamos y esta mañana soleada de otoño invitaba a ello. Sugerí a mi papá que cambiáramos el itinerario que normalmente escogemos y probáramos algo nuevo. Sería la manera de ver ‘otro’ bosque, cosa que a mí me encanta. Me gusta probar cosas nuevas. No fue difícil convencerlo porque sé que a él también le gustan los cambios. Escogimos el “Sendero del Arroyo de Ganzarros”, un nombre bastante curioso que ni él ni yo habíamos oído antes. Según leímos en los paneles, bueno yo dejé que mi papá leyera mientras yo me dedicaba a lo mío, este arroyo nace en la ladera de un monte cercano y bordeando el Parque de Liencres por su parte sur y este, discurre por un cauce de un kilómetro hasta desembocar en el mar.

Mientra mi papá se informaba sobre los alisos, sauces, que fijan las orillas del cauce, yo seguía olisqueando tomando nota de la variedad de matices que iba encontrando. Mi papá seguía leyendo porque en esto de flora y fauna no es que sea muy versado, pero le gusta enterarse. Siguió leyendo que, además de esas dos especies, hay también por las orillas del cauce laureles, aligustres, madroños, jóvenes encinas y pequeñas cajigas. Mi papá echó de menos a alguno de sus amigos, expertos en estas materias, que le habrían dado una lección de botánica y biología a nada que hubiera preguntado. Bueno, de todas las maneras, en su agreste ignorancia no está mal que aprenda a llamar a los árboles por su nombre. Estos urbanitas de hoy que se conocen todas las marcas de los coches, de los ordenadores, las cámaras digitales y demás ‘zamburria’ moderna, son unos cumplidos ignorantes de los nombres de la madre Naturaleza.

Pero dejémoslo con sus saberes e ignorancias y sigamos el paseo que es de lo que se trata. Mientras él se detiene a mirar, oler, sacar fotos yo me dedico a explorar el territorio, ir, venir, porque él se queda embelesado y yo tengo que desandar mil veces el camino. Por fin avistamos el mar, salimos del bosque de pinos y divisamos la costa. Hace unas cuantas pruebas con su cámara y nos dirigimos al mirador desde podemos seguir contemplando el mar, hoy en calma. En el mirador yo aprovecho para hacerme la interesante y me dejo acariciar por unos niños que están allí con sus papás. Mientras su hermana me acaricia uno de los chicos, empieza hacerme algo así como ¡ fuuuu!, como para asustarme. Su mamá le llama la atención, temiendo que yo pudiera tener una reacción extraña. Es curioso, hay niños que cuando ven a un animal tienen que provocarle, como si fuéramos algún bicho raro y no supiéramos convivir con los humanos. Sé que hay colegas míos a los que eso puede no hacerles gracia y entonces se enfaden. Pero yo ya tengo mis ‘milis’ hechas y a esas cosas no les doy importancia, siempre que no me toquen …el rabo.

Proseguimos el paseo, nos cruzamos con papás paseando con sus niños pequeños, ciclistas o corredores ejercitándose, señores con otros perros que nos saludan al cruzarse, hasta llegar de nuevo al punto de partida. Hacía calor y yo tenía sed después de la caminata. Mi papá que ya conoce mis necesidades me acercó a la fuente para que bebiera un poco. Habían cambiado el recipiente que algunos vándalos habían destrozado y no podía beber, así que cogió un vaso de plástico, resto de alguna fiesta, y lo colocó como pudo, de forma que yo pudiera saciar mi sed. Con un poco de maña por mi parte, logré meter mi lengua en aquel estrecho recipiente y quedar como nueva. Mientras nos dirigíamos hacia el coche, nos miramos como diciéndonos: “el paseo ha estado chachi”.

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