Hay otros mundos

UNA MAÑANA EN LA CALLE

Una mañana en la calle
Es conveniente a veces salir de la isla y sentir la vida de la calle. No hay como empaparse del sabor de las calles, los bares, los mercados, sobre todo cuando no se tiene prisa ni siquiera necesidad concreta que subvenir. Perderse en el centro de la ciudad, entrar en el mercado, contemplar a vendedores y clientes, la variedad de productos cuidadosamente colocados para estimular el ansia de comprar. Hay una vida que bulle, la vida de los afanes cotidianos. Dicen que no andamos muy boyantes, las amas de casa miran sus bolsos y carteras y hacen cuentas. Las tiendas no pueden estar mejor surtidas, la variedad es amplia, quizá sean otros puntos los que fallan.

Salir del mercado, caminar sin prisa, encontrarse a amigos tomando un café en una pausa laborar. El café o la caña de las once o de las doce y mientas pasas por una calle peatonal, tiendas que rebajan, comercios que se cierran, gentes sentados o de rodillas cartón en mano o a un lado, anunciando su realidad: “Sin trabajo, sin recursos”. Alguno es más rotundo: “Tengo hambre”. La gente pasa sin reparar, esquivan, un poco su contacto, dándose interiormente mil ‘razones’ para no mirar… Los hay que no hablan, hay otros que desgranan una triste melodía… Y allá, un poco más lejos, dos abuelos balancean a sus nietos en un columpio.

Y al final un mercado de plantas y flores. Sus colores vivos iluminan aún más la mañana que sabe más a verano que a primavera. Es el sabor de la calle. Lejos, muy lejos de los otros ‘mundos’ que nos cuentan los papeles, los telediarios, y mucho menos las ‘basuras’. ¿Cuál es el mundo, el que vivimos o el que nos cuentan?

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