Las tormentas, el barco y el pasaje

TAN REAL COMO LA VIDA MISMA

Es sábado, bien corrido el mediodía. Don Próspero ha terminado de hacer su compra, mínima compra, que ha depositado en la cinta transportadora de la caja. Espera que el cliente que le precede termine de ajustar sus cuentas. No debe ascender a mucho su compra porque sólo lleva dos latas de cerveza de medio litro. Viste una especie de chaquetón raído y mugriento, la tez oscura, barba desaliñada y una melena en la que debe de hacer décadas que no se pasea un peine. La cajera espera pacientemente que acabe de sacar de sus bolsillos un montón de monedas de cinco, cuatro, dos y un céntimo. Debe ser todo lo que lleva encima. Al final logra reunir el dinero que cuestan las dos San Miguel.

Terminada la operación, don Próspero paga el montante de su compra y se despide con un buenos días. Se dirige hacia el coche que está a pocos metros de la entrada. En la puerta otra indigente sentada en una esquina de la entrada del supermercado solicita la ‘voluntad’ de los clientes. Don Próspero, quizá influenciado por lo que acaba de ver, le deja algunas monedas.

Llegado al coche, abre el maletero, deposita allí su compra y abre la puerta trasera para que su perra que le ha esperado pacientemente estire un poco sus patas. El animal salta gozoso y olisquea todos lo alrededores, pasa por delante de un señor de unos cincuenta años que sentado en un bordillo da cuenta de una botella de cerveza, mientras apura un cigarrillo. A su lado ha acudido el ‘cliente’ que le precedía en la compra e intercambia unas palabras con el señor del abrigo gris y una bufanda negra, mugrienta.

En su ir y venir la perra ha pasado por delante del sedente y él masculla algo que don Próspero no llega a entender bien sobre los posibles mordiscos del animal.
- “No se preocupe, este perro no muerde

- “Es que una vez un perro me mordió en el brazo, susurró el hombre del abrigo y añadió: Mire como estoy, soltero. Todo por una mala mujer. Casi me mato, pero ahora no tengo ganas de contar esa historia. Que se la cuente éste”.
“Éste” era el ‘cliente’ que empezaba a abrir una de las latas que acababa de comprar y no estaba mucho por la labor de contar historias y dar cuenta de las desgracias de su amigo.

Don Próspero pensó que era hora de volver a casa. Abrió el coche y la perra de un salto se colocó en el asiento delantero derecho encima del periódico, en plan de copiloto. A una señal de su dueño entendió que su puesto estaba en la parte trasera. Fue entonces cuando el conductor vio la portada del periódico que acababa de comprar y le llamó la atención un gran titular que ocupaba cuatro columnas de la primera página: “La tempestad es fuerte pero tenemos un barco muy sólido” y en letras más pequeñas el antetítulo: EL PRESIDENTE ZAPATERO HACE BALANCE DE LA SITUACIÓN ECONÓMICA”.

Don Próspero no pudo por menos de pensar en la poesía, las metáforas,las tempestades y los barcos cuando aún estaban vivos en su mente el recuerdo del ‘repudiado’ y el ‘cliente’.

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