La rebelión de los perros

By DOUCE

Estaba yo preparando una moción sobre el lenguaje políticamente correcto en lo que se refiere a nosotros, los perros, cuando mi papá me interrumpió, porque quería mostrarme unas fotos que había sacado esta mañana. Así que dejé de lado mi trabajo en el que trataba de proponer una alternativa a ese lenguaje ‘humanista’ que habla de “un día de perros”, de “perra vida”, “eres un perro”, “¡para ti la perra gorda!”… (bueno, éste con matices), “hacer una perrería”… y demás lenguaje ‘humanisto” y discriminatorio y me detuve a ver las fotos.

Lo primero que vi fue a un apuesto perro, tranquilamente sentado a la puerta de una cafetería. Enseguida me malicié que algún amo de esos que sólo piensan en ellos, había entrado en el establecimiento a tomarse su café, su vino o su cerveza con el pincho correspondiente, mientras había dejado en la puerta a su amigo (?) protegiéndose de la lluvia como podía y esperando a que su amo acabara la faena.

Le miré por era realmente guapo, un real mozo canino, además con cara, no diré de buena persona, sino de buen perro. Vi también que su situación y su apostura no eran extraños a los viandantes y a otros amigos míos que por allí pasaban. Así pude observar a un perrito, con un elegante impermeable amarillo, acompañado de su dueña, que se acercó, se interesó por él y le preguntó cómo se encontraba. El buen mozo le dijo que no se preocupara, que ya estaba acostumbrado a esos plantes, y le agradeció su atención. También las personas que pasaban por allí le miraban, se detenían, pero como son algo más sosas no se atrevían a acercarse a él y hacerle una caricia.

En éstas, y cansado ya de estar en la misma posición sedente, se dio la media vuelta para cambiar de postura… Inmediatamente se abrió la puerta de la cafetería y apareció un señor mayor, de pelo blanco. Le riñó por haberse movido, indicándole que debía permanecer allí, en la puerta, pero sin moverse. “ ¡Ahí sentado! ¿Me has oído?”, le dijo, autoritario. No estaba yo por allí, si no, en cuanto el señorón aquel hubiera vuelto a entrar en la cafetería, le hubiera invitado yo:
- “ ¿Te vienes conmigo, chato? Te invito a cualquier salchicha o lo que sea. Si él se toma un chato, tú y yo podemos dar cuenta de un huesito, filete, gusanito o lo que se tercie. Pero ese egoísta merece una lección".

Y hubiéramos recorrido el Paseo de Pereda gritando : “ ¡Perros, Libertad, no más opresión!” …”¡Perros Libertad…”

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