La columna de Raúl: "El ruido de la calle"

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Con vos quería hablar, hijo de la grandísima.
Ya me tienes cansado
de tanta esquividad y apartamiento,
con tus significantes y tus significados
y tu látigo húmedo
para tiranizar mi pensamiento.

Ahora te quiero ver, hijo de la grandísima,
porque me marcho al tiro al país de los mudos
y de los sordos y de los sordomudos.

Allí van a arrancarme la lengua de cuajo:
y sus rojas raíces colgantes
serán expuestas adobadas en sal
al azote furibundo del sol.
Con vos quería hablar, hijo de la grandísima.

Oscar Hahn ("Invocación al Lenguaje")



Supongo que lindezas de éstas y aún más despiadadas, lanzan los escritores a ese dios llamado Lenguaje, objeto de admiración y vasallaje de todo aquel que aspira a reclamar sus favores. El lenguaje, a menudo se muestra ‘esquivo y apartado’, y el escritor no encuentra el vocablo adecuado por más que hurgue en ese almacén de la memoria donde vamos guardando las palabras que oímos, leemos o soñamos.

Uno, que no escribe para que aparezca en los periódicos, que tan sólo pretende exorcizar determinados demonios familiares, sabe un poco de esa lucha por encontrar las expresiones que más se aproximen a lo que uno siente o al menos se parezca a lo que realmente quiere expresar. La sensación, normalmente, suele ser decepcionante. Nada grave en el fondo, porque siempre queda el recurso de seguir intentándolo. Mientras, uno sigue invocando a ese dios, exigente y tacaño, “hijo de la grandísima”, que sigue, esquivo, alejándose.

Particular sensación frustrante tiene que sentir aquel que además de escribir está sometido al reto de hacerlo a plazo fijo y al mismo tiempo ser consciente de que va a ser ‘juzgado’ por miles de lectores. Me refiero en este caso a Raúl del Pozo, columnista que tiene mi admiración y mi respeto. Ayer, por primera vez, se encaramó a la columna que otro eximio estilita, Francisco Umbral, ocupara. Aunque, curándose en salud, ya anunciara que no se trataba de ‘sustituir’ a lo insustituible, sino simplemente de seguir, sin duda el gusanillo del ‘cómo me saldrá’ rondará por los intersticios del afán y de la duda.

No sé si es buena idea querer hacer perdurar lo que es perecedero e insustituible. Por más que el Director , el afectado y sus colegas quieran quitar hierro al asunto, la sombra alargada del desaparecido se proyectará siempre sobre esa columna. De nada vale decir que nadie ‘sustituye’ a nadie, que sólo le 'sucede', porque siempre, sin querer, “el ruido de la calle” se comparará a “los placeres y los días”. Demasiado ‘ruido’ para tanto placer.

No obstante, el Náufrago seguirá leyendo a Raúl, por más que vaya sembrando de ‘negritas’ (letras, se entiende) y hasta que pueble su columna las 30 vírgenes de Gadafi, las 11.000 idem de Jardiel o las 10 vírgenes de la Biblia. Demasiada virgen, demasiada negrita, demasiado trasiego de la Ceca y la Meca, entre Trípoli y El Pardo.

Suerte de todas las maneras, Raúl. Al fin y al cabo, no tienes la culpa de que tu jefe te haya subido a una columna que no es la tuya.

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