Habla la Muralla

Hola Lorenzo,

Soy la Muralla. Sí, aquella chica de Salamanca con la que compartiste tu infancia y gran parte de tu juventud… ¿No te acuerdas? Vivías encima de mí, en una casa con balcón al que tu te asomabas, colocabas tus brazos sobre la barandilla, y dejabas que tu mirada ensimismada se posara en las aguas del río que seguía su curso hacia el padre Duero. Mientras, tu mente viajaba. Se iba a Londres, recordabas tus charlas con Berta. ¿Te acuerdas de Berta, la chica a quien le escribías cartas? Quizá, después de más de cuarenta años, tan sólo te quede de ella un vago runrún interno, arrinconado en el desván de los recuerdos

No sé qué queda en ti de aquel verano pasado en Londres, de aquellas charlas que mantenías con ella y con su padre, José Carballeira, aquel profesor exiliado al que admirabas. Los dos despertaron un mundo que llevabas dentro y cuya existencia sólo barruntabas. Era la vida que añorabas y que aquella España, oscura, mojigata, rutinaria, asfixiante y asfixiada te tenía cerrada a cal y canto

Entonces, hasta yo misma me veía más vieja. Quizá porque también sobre mí pesaba aquella mirada miope, sin horizontes. Era una mirada ciega o cegada por fantasiosas glorias, ahogada por dogmas y abrumadores mandamientos, cerril, obtusa, mezquina, profundamente inculta que sólo veía en mí un montón de piedras viejas, feas, sin sentido. Si hubieran podido, me habían echado abajo para construir vete tú a saber qué amasijo de ladrillos y cemento. Pero no quiero insistir demasiado en mi historia. Tengo muchos siglos encima, y espero tener muchos más, a no ser que vengan nuevos vándalos que pretendan derribarme. Pienso seguir aquí cuando tú desaparezcas. ¡He visto a tantos Lorenzos, soñadores como tú, que vieron derrumbados o satisfechos sus sueños jóvenes! No me interesa tanto mi vida, como vuestras vidas, las que pasan. Por eso siento curiosidad por saber qué ha sido de ti, de aquellos sueños de una vida más libre, sin corsés, sin tanta consigna, tanta rutina, tanta mezquindad.


Mil veces, al mirar hacia tu balcón, he pensado qué ha sido de ti. De aquel muchacho de aspecto serio y preocupado que apoyaba los brazos en la barandilla del balcón y miraba al río... ¿Por dónde ha discurrido el curso de tus aguas? Otros inquilinos han ocupado tu vieja casa, remozada, como lo han sido todas las casas a las que sirvo de cimientos. Aunque ya no vives ahí y quizá, lo intuyo, te has ido de esta ciudad a la que circundo, sé que cada vez que vuelves, sigues visitando con nostalgia ‘tu’ barrio. Te adivino haciendo la ronda nocturna y admirando cómo yo también he cambiado. He rejuvenecido ¿a que sí? ¿A que parezco mucho más joven? Me siento más joven. Y tú ¿Qué ha sido de ti? ¿Te sientes más ‘viejo’? o, como yo, aunque mayor, ¿el paso del tiempo no ha matado del todo al niño, a aquel joven Lorenzo que soñaba y soñaba una vida más libre, menos intransigente, más abierta, más ‘vida’…?

¿Vendrás algún día a contármelo? Te espero, soy muy paciente. Para mí los siglos son días, así que no tengo prisa, pero tú no dispones de tanto tiempo.

Comentarios

Entradas populares