Juegos de la infancia: las canicas, las bolas

Para aliviar el frío que se pasa en la biblioteca del instituto por las tardes, ojeé el libro de Gerardo Diego. “Mi Santander, mi cuna, mi palabra”, que quizá algún día comentaré. En él evoca recuerdos de la ciudad que le vio nacer, del mar, de la montaña , nombres amigos, lugares queridos, los juegos de su infancia. Me detuve en ese cuarto capítulo de su poemario, en el que habla de sus juegos: el aro, el marro, la peonza, las canicas... Podría hablar de muchos de algunos de los que evoca, y lo haré, ahora que vierto mi mirada hacia la infancia. Pero hoy sólo hablaré de las “canicas”, a los que nosotros, más toscos quizás, llamábamos bolas.

Las había de varios materiales: de cristal, las que más me encandilaban por la irisación de sus colores. Las había también de hierro, extraídas de los cojinetes de las ruedas, que eran también muy codiciadas, las había de “china”, las más prácticas para el juego, y había las modestas bolas de barro, grandes y pequeñas, que normalmente servían como pago . Por supuesto cada una tenía su valor a la hora de jugar, ganar o perder y saldar deudas. Cada uno teníamos nuestra bola favorita, aquella que con la que, cual talismán, nos ayudaba a ganar. En su “piel” de piedra llevaba las marcas de mil “capones” o golpes dados, como si fueran cicatrices de mil batallas.

Con las canicas, o bolas, se podía jugar en distintas modalidades, al gua, al triángulo, al ojo, al cuadrado. Quizá el más común era jugar al gua. Es el juego que evoca Gerardo Diego en su poema y cuyos lances describe con su acertado y lírico lenguaje:
Qué sobrias la canicas de barro
Qué prietas y redondas y puras
Qué grises, qué genial despilfarro
De gamas arcillosas y oscuras...

... El hoyo que en la tierra se ahonda.
La bala que el pulgar catapulta
y vuela sideral y redonda
al choque que aprisiona ...
EL GUA

Ése era el guá, un hoyo practicado con sumo mimo en el suelo, a veces con un ligero montón de arena encima para que la bola quedara mejor encajada. Ese alcanzar el hueco que te autorizaba a lanzarte sobre las bolas enemigas, respetando siempre las distancias (dedo, cuarta, pie, bola y carambola...) para que no empezaran las riñas, las disputas por “haber metido manga”, es decir alargar más la mano de la cuarta reglamentaria. Cada bola “matada”, debía pagar su pena, según los valores previamente marcados: a “chinas”, a “de barro”, a “ de cristal” o a “ de hierro”.

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Sin falsa modestia,no era mal jugador de canicas, y tenía mi propio estilo de “catapultar” las bolas, bastante eficaz. El botín ganado, iba al bolsillo de los pantalones, con las lógicas consecuencias para los mismos que acababan por no poder soportar tanto peso , y se agujereaban. Eso suponía la correspondiente riña solemne en casa y , a veces, el que las bolas desapareciesen. Pero siempre había la forma de reponerlas y guardarlas a mejor recaudo. Yo envidiaba a aquellos chavales a los que sus madres o hermanas les hacían unas bolsas especiales, que colgaban de su cinturón, y donde guardaban el botín cobrado.

Vivía intensamente el mundo mágico del juego, era mi refugio, mi vida, en el que me volcaba entero. A veces estaba tan absorto jugando, que no veía la figura de mi padre que entre complacido, curioso y expectante, me llevaba observando minutos , sin que yo me hubiera enterado.

No vamos a jugar a la nostalgia, o sí,¿ por qué no? No vamos a quejarnos de que nuestros hijos, mis hijos, no hayan jugado , como yo a las bolas, ni al marro, ni a guardias y ladrones, ni al tirable o pídola, quizá sólo han llegado a la peonza, a alguna chapa... Pero el mundo de sus juegos ha sido ya otro. Ya no hay calles donde poder jugar, las play-stations, los videojuegos los han hecho, jugadores solitarios, ahora ya se reúnen en santuarios oscuros , ante pantallas de ordenador, donde matan lo mismo a marcianos que a ancianos. No son ellos los héroes, protagonistas directos de sus victorias, sino figuras animadas que reparten mandobles a diestro y siniestro, disparan, defenestran, eliminan.

No debe extrañarnos luego, que haya algunos que decidan trasladar eso a la calle y vayan en busca del indigente que se refugia en un cajero para protegerse del frío de la vida, o que con sus cámaras se dediquen a grabar las palizas que prodigan a simples transeúntes, a los que provocan para inmortalizar sus hazañas. Eso ya no tiene nada que ver con los juegos infantiles, aquellos que indican la supervivencia de antiguos ritos cuyas formas pueden ser rastreadas y que tras su aparente intrascendencia de lúdica actividad infantil, pueden ser rescatadas . Hay huellas de las cometas en los escribas chinos, y el juego de las canicas o bolas, en los etnógrafos europeos, y ya los griegos jugaban con el “strhombos” , trompo , cuyo nombre onomatopéyico reproducía el sonido de la rotación de la peonza.Virgilio lo describe en el libro VII de la Eneida, aunque sus raíces se hunde todavía más profundamente.

"Como el trompo gira impulsado por la cuerda retorcida
con el que los niños en gran corro juegan por los patios vacíos
y practican atentos su juego: él va trazando círculos
al golpe de la cuerda ... "( Eneida. L.VII, 380)

Este último apunte puede resultar algo pedante, y lo es, pero es que al bucear en la historia de mis juegos infantiles , uno llega hasta la infancia de este mundo nuestro, del que al parecer nos estamos alejando. Volamos hacia Marte

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