Cuando la poesía es una mortal necesidad vital

CARLOS SALOMÓN (1923-1955); JULIO MARURI ( SANTANDER, 1920)

En la prensa de ayer y hoy, ¡qué casualidad! han resonado dos nombres quizá poco conocidos fuera de esta región y sólo apreciados por los verdaderos amantes de eso que llamamos poesía, sensibilidad, arte. Ambos coincidieron en aquel grupo tan insólito en aquellas arideces de los 40 y 50, conocido bajo el poético nombre marinero de Proel. El primero había nacido en Madrid en 1923, pero a los pocos meses llegó a Santander donde se trasladó su familia. Fue corta, dolorosa y fructífera “La brevedad del plazo”. Apenas 32 años. Se llamaba Carlos y se apellidaba Salomón. El otro ‘marinero’ de la trainera, era tres años mayor que él y espera, vital, cumplir los 88 años. Se llama Julio y se apellida Maruri.

Por ambos siente el Náufrago una especial simpatía y afecto, por diferentes motivos, en algún punto convergentes. De Carlos Salomón le traspasa el dolor de su poesía, una especie de ejercicio vital para la muerte. Como decía el autor del artículo que ayer lo recordaba “ Salomón en sus últimos poemas hace un sobrio ejercicio poético de cerco a la muerte que es a la vez deseo, acercamiento y rechazo, personal profecía marcada por un crudo acento de renuncia desesperanzada” .

“Breve es la vida, leve / la luz, que reina en un punto. / Miro a lo alto. No puedo /pensar que todo es justo.

Y mi riqueza es ésta: / unos cuantos segundos / de amor y unas razones /de eternidad que aduzco.” (La brevedad del plazo, 1955)

Hay poetas de oficio, que escriben, entretejen las palabras, componen bellos y atrevidos versos, como un juego, como una manera más de expresarse. Los hay incluso que tratan de ‘explotar’ lo que escriben o lo que escriben otros. Hay otros para los que la poesía es la propia vida, casi la única razón de ser. Este parece el caso del poeta, del amor, el dolor y la muerte.

Es preciso seguir viviendo, / seguir muriendo, y, mientras tanto, / decir las cosas que vivimos, / decirnos hasta que muramos, / expresar sobre nuestras vidas/ la pesadumbre de lo creado (La orilla, 1951)

El otro poeta y pintor y ‘profesor’, y viajero y retornado, alma de niño y de ave, también coincide con el otro poeta en ese desapego por vivir de su obra. Ha escrito y pintado como una necesidad vital, como quien necesita respirar, sin preocuparse por publicar su obra o dar a conocer sus cuadros:
“Nunca me he preocupado por eso ni he dado un paso por exponer. Me parece muy bien que se viva de eso, pero yo siempre he pintado sólo para mí. Cuando he hecho exposiciones ha sido porque otra persona se ha interesado, casi por casualidad.

Tampoco me he molestado mucho en publicar. Además, no puedo escribir por encargo y en cualquier caso, la poesía no ‘vale’ nada ¿Cuánto cuestan las coplas de Manrique o un poema de Neruda?”
responde a la periodista que le pregunta por sus exposiciones.
Quizá ésta sea una de las razones por las que el Náufrago se siente cercano a estos dos poetas del desapego del resultado comercial de su obra y la intensa necesidad vital de expresar sus vidas.

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