STOP, ADELANTE… STOP, ADELANTE…

EL HOMBRE DEL CHALECO FOSFORESCENTE

Ahí está, puntual, como cada mañana. Su pequeña figura fosforescente cubierta por ese peto amarillo con rayas grises que le otorga el omnímodo poder de detener los vehículos que siguen la ruta del ocio o del trabajo e indicarles de nuevo cuando pueden avanzar. Es bajito y rechoncho, su piel curtida por los aires de los Andes o por el sol de cualquier altiplano. Debe de ser joven, pero su rostro cincelado por la miseria, la necesidad y el trabajo le hacen parecer más viejo.

Está ahí, cada mañana, fiel a la rutina diaria, con sus botas cubiertas de barro, sus anchos pantalones que desbordan por encima de las botas y su chaquetón con capucha y su casco. En su mano derecha el hexágono reversible con el STOP o la FLECHA que indica "adelante" y que él maneja sin ninguna arrogancia, distante de la ‘autoridad’ que le concede los poderes de avanzar o detener. Resignadamente, sin arrogancia alguna, gira su pay pay de ‘agente de movilidad’ ocasional.

Cuando interrumpe su función va anotando en una plantilla no se sabe qué salidas o entradas de los camiones y excavadoras que entran y salen de la obra. Entonces, cuelga temporalmente en la alambrada su ‘cetro’, se detiene, piensa. ¿Hacia dónde irán sus pensamientos? Quizá vuelen muy lejos, traspasen el océano y piense en la madre que dejó llorando, o en su padre, sus amigos, sus hermanos pequeños. Ellos allí, él aquí, tan lejos, pensando quizá si ha valido la pena dejar tanto para conseguir tan poco. Aquí, donde se siente extraño, ajeno. Nunca le he visto conversar, siempre está impasible, sereno, como distante.

De pronto otro camión que viene o sale de cargar o descargar. Entonces retoma su ‘arma’ de trabajo y controla el tráfico: ESPEREN, ADELANTE, sin siquiera poder decir una palabra.

Ahí estará mañana, puntual, silencioso, pensativo… como siempre

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