Mariana Alcoforado, una monja apasionada

- Año de 1664... Beja, en el Alentejo portugués. Un apuesto capitán francés de 30 años regresa desde el campo de combate a la ciudad, al mando de sus tropas. Lucha junto al ejército portugués que ha declarado la revolución y la lucha contra la corona española.

Las monjas clarisas del Convento de la Concepción han terminado el rezo de vísperas y contemplan las evoluciones del capitán al frente de sus soldados. Desde el balcón de su celda, Mariana no aparta sus ojos del joven oficial. Sus 26 años despiertan ante la mirada cómplice del militar que la ve asomada a la ventana.

A los 11 años, su padre, Francisco da Costa Alcaforado de familia ilustre pacense (Beja, antigua Pax Julia), había depositado a su hija en el Convento de la Concepción de las monjas clarisas aportando una excelente dote de acuerdo con su rango, según costumbre de la época. Él, junto a sus hijos varones, debía dedicarse a combatir en la revuelta contra las tropas españolas. Mientras sus hijas Mariana y Peregrina María, más pequeña, profesarían en el convento.

Las costumbres de la época, sobre todo las mujeres de linaje, se podían permitir con más o menos ‘tutela’, relaciones que hoy nos resultarían chocantes. La pasión de la monja portuguesa por Noël Bouton, conde de Chamilly, ardió como una tea que esperara tan sólo una chispa para encenderse. Los dos amantes vivieron intensos momentos de pasión. Asuntos urgentes en su país hicieron que el olvidadizo militar tuviera que regresar a Francia. Dona Mariana, quedó sola de nuevo en aquel convento donde la “tenían encerrada desde la infancia”. El único desahogo de su corazón torturado por la indiferencia del capitán y su pasión desenfrenada, eran las cartas que redactaba en la oscuridad de su celda, mientras la imagen de Noël no dejaba de dar vueltas en su cabeza. Su corazón alocado se debatía entre el amor, y un inmenso dolor, en un remolino de emociones que iban desde la desesperación a una exigua esperanza que su propio corazón inútilmente alimentaba.

Todo eran preguntas para las que no tenía respuesta: “Por qué lo hicisteis, ya que muy sabíais que deberías abandonarme? ¿Y por qué os encarnizasteis tanto en hacerme desgraciada? Pero os pido perdón: no os culpo de nada. No estoy en condiciones de pensar en mi venganza y acuso tan sólo al rigor de mi destino”. Es el amor ciego que se recrea malsanamente en su propio dolor: “Adiós. Amadme siempre y hacedme sufrir otros males todavía”, así concluye la primera de las cinco cartas que escribe a su amado Conde.

Las cartas fueron publicadas, pocos años más tarde, en 1669. Una traducción francesa firmada por Gabriel Guilleragues, Secretario de Luis XIV. Las “Cartas portuguesas” circulan enseguida por todos los salones de la alta sociedad francesa. “Les lettres de la religieuse portugaise” son objeto de todos los rumores de Paris y se convierten en comentarios sobre amores tan apasionados y sus autores. A partir de entonces, los críticos han tratado de analizar con lupa, costumbres, sintaxis, estructura, sentimientos expresados, para saber si realmente las cartas fueron escritas por Mariana de Alcoforado.

Algunos lo pusieron en duda, otros se inclinaban porque unas emociones tan perfectamente descritas sólo podía hacerlas una mujer enamorada.Las últimas averiguaciones se inclinan porque el autor fue el propio “traductor”, fruto quizá de confidencias del propio Chamilly. Lo que sí está atestiguado es que los protagonistas de este epistolario tenían nombres propios, lugares y fechas de defunción y nacimiento. En los anales del cenobio, en el parte de defunción de sor Mariana, aparece esta nota redactada por una religiosa del convento: “Durante treinta años hizo duras penitencias y sufrió muchas enfermedades con gran resignación, deseando sufrir más todavía”. Paradojas de corazones apasionados.

Seguiremos tratando de leer en este corazón tan amorosamente dolorido...



Para descargar, pinchar AQUÍ

Comentarios

Entradas populares