¡Dichosa escalera!

EN LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

Me sucedió ayer. El Náufrago de esta isla me llevó a una estación de autobuses. Íbamos a esperar personas de la casa que volvían de un largo fin de semana. Me encanta ir a recibir a personas queridas a las estaciones. Para mí, los días que transcurren sin verlos se me hacen siglos. Soy así, disfruto mucho cuando los vuelvo a ver. Me convierto en un manojo de nervios, me impaciento esperando que llegue ‘nuestro’ autobús y cuando se detiene en la dársena corro como una posesa y busco las caras que espero. A veces me paso de frenada y tengo que dar media vuelta, tan nerviosa me pongo. Me gusta volver a ver sus sonrisas, levanto mis patas como si quisiera abrazarlas, me subo una y otra vez, espero las caricias y revuelvo toda la llegada. Los demás viajeros me miran, unos se sonríen, otros envidian no disfrutar de bienvenidas tan efusivas.

Esa es la parte buena de lo que quería contarles. ¿Cuál es la ‘otra’ parte? ¿Ven esas escaleras? Ahora, al tenerlas ante mí, tiemblo. A mi papá no se le ocurrió otra cosa que yo bajara y subiera por esos artefactos. Subo muchas veces otras escaleras, pero en ésas yo levanto mis patas unas tras otras, y arriba. Estas máquinas diabólicas son diferentes, son ellas las que te suben y yo me hago un lío porque estoy acostumbrada al ‘perruno modo’. Cada vez entiendo menos a los humanos y sus artefactos, por comodones.

Total que me hice un lío de mil pares de patas. No sé lo que pasó, pero al llegar a casa, cojeaba levemente. Toda la casa se convirtió en una preocupación y empezaron las lamentaciones: “No tenías que haberla subido por allí” "¿Por qué no cogimos el ascensor?” Todo era preocupación por mi mala pata. Y una y otra vez volvía el “¿Por qué no cogimos el…” Mi papá se sintió ‘culpable’, por listillo, y aquellas observaciones no hacían más que aumentar ese sentimiento. Yo no entendía nada, no daba importancia a mi ligera cojera, ni me importaba. Cada vez entiendo menos a los humanos, cómo complican más las cosas con los dichosos “Si lo hubiera sabido…” - Pues no lo supiste, la próxima vez no lo harás, pero a qué vienen tanto y ¿"Por qué no…”? que ya no solucionan lo ocurrido. Al final zanjó un poco la cuestión y tuvo que decir: - “Está bien, esa tontería ya está cometida, ¿Por qué no nos preocupamos de darle un poco más de cariño…? “

Es cierto que tuve un ‘plus’ de caricias. Pero ya hoy, apenas cojeo, no siento molestias. Pero ¡cuánta preocupación inútil por complicar las cosas inútilmente!. Nosotros no somos así. ¿Para qué quieren eso que llaman ‘cerebro’? ¿Para angustiarse más, inútilmente?