El encuentro

-Acudió a la Academia de los sabios, por ver si allí encontraba la Sabiduría.

En aquella enorme sala, todos los sabios estaban enfrascados en sus libros. Ninguno levantó la mirada, ni reparó en el recién llegado.

El visitante abandonó la sala, bajó los escalones de mármol, salió y sintió el frío de la calle.
Quizá allí, encontraría mejor lo que buscaba

- Pasó por delante de una Iglesia, y entró
por ver si allí encontraba la Verdad.

Todo eran cantos y plegarias. Los rezos y la música resonaban en aquellas altas bóvedas. Se arrodillaban, se levantaban, entornaban los ojos, juntaban las manos, se persignaban… Nadie reparó en él, ninguna mirada. Cada cual hablaba con su Dios acosándole con ruegos y perdones.
Tampoco allí, encontró lo que buscaba. Ni siquiera Dios le hizo caso. Demasiado trabajo tenía con sus fieles. Abandonó el templo y volvió a la calle

- Había luz en la casa de Alegría y decidió entrar.
Pensó que quizá allí encontraría lo que andaba buscando.

Todo era fiesta y música en aquella casa. Cantos, bailes, risas, besos, carcajadas. Todo era bullicio y alegría. Toda la sala era alboroto. Cada cual, en grupos o en pareja seguían el festejo. No encontró a nadie que le invitara, cada cual se ocupaba de disfrutar a su modo.

Salió, sin un saludo.

- Quizá en el bar de al lado que estaba abierto
podría encontrar la Diversión que no había encontrado hasta ahora.

La barra estaba llena. Ocupó un sitio en el rincón donde apenas cabía. La gente hablaba, gritaba, discutía en voz alta. Era difícil oírse y cada vez las voces eran más altas a medida que las charlas se animaban. Ni los camareros repararon en él. Y salió, sin pedir ni una caña.
Se abrió paso, a codazos, entre los grupos que charlaba y bebían ocupando todo el local

- Se dirigía a casa, sin haber encontrado lo que buscaba,
cuando, en un rincón, apoyado en un muro se encontró con Solitario, un perro.

El animal le miró, con unos ojos que eran todo bondad, todo ternura y todo desamparo.No pudo por menos de acercarse a él, le acarició y el can no puso ningún reparo en sentir su mano recorriendo su cuerpo. Así estuvieron durante un rato, intercambiando un diálogo sin palabras pero lleno de contenido.

Al final se levantó y comenzó a caminar, seguro de que no volvería solo. El perro se elevó también sobre sus cuatro patas y le siguió.

Por fin, los dos, habían encontrado lo que estaban buscando.