Confesiones

Esta mañana, mientras hacíamos una pausa en el recreo, un amigo y yo charlábamos de peripecias escolares. Le contaba ,por ejemplo, que ayer estábamos trabajando en clase un texto que narraba, en francés, la aventura de un grupo de turistas por Marruecos: Paris-Tanger; Tánger- Ashila; Ashila- Marrakech; Marrakech- Agadir; Agadir - Desierto del Sahara. Le comentaba, como anécdota, que se me ocurrió preguntar cuál era el régimen político actual marroquí: ¿República o Monarquía?. Nadie sabía responder con seguridad. Una vez aclarado, pregunté por el nombre del Monarca, dándole pistas sobre su relación con Juan Carlos, suponiendo que le conocían, y de Zapatero, por si le sonaban las ‘amistades’ que les unían . Tampoco aparecía el nombre de nuestro ‘hermano y amigo’ Mohamed VI. La última intentona era preguntar por la capital del reino alhauita . Y alguno ya, no soportando tanto silencio, tuvo la precaución de mirar en su libro de Geografía y exultante lanzó el nombre de Rabat.

Mi amigo, viejo zorro, sonrió y me dijo, que a él esas cosas ya no le asustaban y sin saber cómo, supongo que para no caer en el desánimo por esas ‘minucias’, me contó su caso. Más serio quizá que mi simple anécdota.
“Mira, me dijo, ayer me tocaba la última hora de clase de 13’20 a 14’15. Una hora poco propicia para retener la atención de los alumnos después de cinco horas de clase. Tenía un día de esos tontos, continuó, y me sentía sin humor, sin ganas de ir a clase.”
- ¿Sabes lo que hice ? Me preguntó sonriente y mirándome a los ojos. Yo esperé que continuara.
“Me puse a pensar que con el ánimo bajo no podía afrontar esa clase y empecé a preguntarme cómo podía cambiar esa sensación de desgana cuya causa desconocía, porque el día anterior me encontraba perfectamente y animado. Me dije que tenía que modificar esa ‘sensación’ de apatía y empecé a pensar en los buenos momentos que había pasado con esos mismos alumnos que, al fin y al cabo, era un grupo majo. Tiré del cuaderno de calificaciones donde tengo las fotos de cada uno de ellos y empecé a fijarme en aquellos que me transmitían ‘buenas vibraciones’, por su comportamiento, por su manera de ser, por su simpatía, por su actitud para conmigo. Miré la cara de Georghe, venido de Moldavia, de carácter tranquilo pero siempre interesado , la de Adrián, que aunque inquieto siempre tiene una sonrisa o la de Gema, aplicada, dulce, guapa... poco a poco me dejé contagiar por esas sensaciones y sentí que algo iba cambiando por dentro.”

- Yo seguía sus observaciones con curiosidad , expectante, porque no sabía a dónde me quería llevar con sus ‘técnicas’ de autoayuda y prosiguió.
“Además de este precalentamiento, antes del ‘partido’, pensé en el principio de la clase. Me di cuenta que cuando nos ponemos la careta de ‘profesor’ y tratamos de que no se nos vea demasiado a la persona, estamos siguiendo una falsa táctica, porque al hurtarles nuestras ‘debilidades’ y acorazarnos tras la asignatura, nuestro rol profesoral , la sanción de nuestras calificaciones... estamos construyendo una barrera y eso hace que se olviden un poco de quiénes son ellos para sumarse a las filas del ‘equipo contrario’ y ponerse la camiseta de alumno. Es decir, oponer resistencia al que trata de apabullarlos con sus conocimientos, sus notas o sus advertencias...”
-¿A dónde pretendes llevarme? Le pregunté

“Mira, no voy a andar con rodeos. Yo, que no soy de los que aprovecho la clase para contar mi vida les dije simplemente que quería decirles una cosa personal. Todos guardaron un silencio expectante, esperando alguna cosa interesante. Aumenté su curiosidad preguntándoles. ‘¿Me puedo confesar ante vosotros?’ A algunos la palabra ‘confesar’ no sé qué misterios le sugería y abrieron más los ojos y los oídos. El primer impacto ya lo había logrado, suscitar su atención, que no siempre es fácil. Después fui al grano directamente y les dije que no estaba en mi mejor momento, que sentía el ánimo un poco bajo. Para quitar hierro al asunto les pregunté si a ellos , sobre todo en esta edad, no les ocurre lo mismo, que sin saber por qué, unos días están optimistas y otros tienen el ánimo por los suelos. Algunos sonrieron , otros más o menos asintieron con un gesto. Fui un poco más lejos en mi inquisición. Les pedí que a los que sintieran algo parecido, voluntariamente, levantaran la mano. Añadí que eran libres de hacerlo o no. Hubo unos segundos de duda, se miraban los unos a los otros y nadie se atrevía a levantar la mano, hasta que Andrés levantó la mano y le siguieron otros diez u once.
Ahí terminó la introducción, luego les pedí que me ayudaran a que todos levantáramos el ánimo y así transcurrió la clase, bastante bien. Curiosamente hasta los más vivarachos cuidaron de mí, para que no decayera mi ánimo.”

Sonreí, y le dije. "Ojalá que esa terapia fuera válida en todas las ocasiones y con todos los clientes. Pero ya conoces el, percal. ¿Qué voy a contarte a ti, perro viejo?"

Comentarios

Entradas populares