En la sala de espera.

MI 'AMIGO' EL VETE

No me gustan estos sitios

Estamos en la sala de espera del ‘vete’. Ella sabe que no se trata de ninguna fiesta, lo guarda fielmente en el disco duro de su memoria RAM, que es de la que hecha mano en estos casos: Memoria de accesos aleatorios. La sala de espera es fría, se diría que está más hecha para los amos que para los perros y gatos. Nada atractivo para ellos. Están solos, su acompañante y ella. Ni una molestia para él, no es como esos niños mimados que acuden al médico y no se quitan del regazo de su madre, cuando no la abruma a preguntas.

Ella se pasea de una parte a la otra de la sala, huele todos los rincones, las patas de la mesa, tratando de descifrar los mensajes de sus predecesores. Su acompañante la mira de vez en cuando y siente como si le enviara un mensaje de cariño. “No te preocupes, estoy algo nerviosa pero no quiero que tú lo estés por mi culpa. Me costará subir a esa mesa fría de aluminio y ese papel que no se sostiene quieto en cuanto pongo mis cuatro patas y me resbalo un poco".

De repente se sienta sobre las frías losas del suelo. Se ha cansado de pasearse sin encontrar un sitio que verdaderamente le satisfaga. Recuerda sus correrías por la playa, sueños en los mil caminos del bosque. Sueña y espera. De pronto oye ruidos extraños en la habitación contigua, levanta la cabeza, pone tiesas sus orejas para seguir mejor como leves ladridos. Cesan. Ella se levanta y va por enésima vez hacia la puerta por donde han entrado. Su rabo no se mueve como cuando se siente libre. El silencio misterioso de la sala, la coarta, se siente incómoda, y pliega su rabo porque no le gusta nada este sitio…

- “¡Siguiente!” Entra temerosa, pero sin una queja… (‘à suivre’)