Carta a un pescador desconocido
Querido pescador,
El domingo pasado, serían aproximadamente las once y media de la mañana, estaba usted sentado en aquella banqueta de lona, plegable, lanzando su caña a la espera de que alguna sula o que cualquier mule o jargo picara en su anzuelo.
Había escogido usted una esquina del muelle Calderón, junto a la barandilla, al lado de las esculturas que Fernando Calderón ha dedicado a esos simpáticos ‘raquerillos’ que en tiempos ya pasados sobrevivían apañando cuanto podían y de las monedas que los pasajeros y tripulantes de los barcos arrojaban al mar para que las sacasen buceando. Usted estaba allí, con su visera calada hasta las cejas, su cazadora y sus vaqueros y tenía a mano, en la escalera, su cesta con sedales y aparejos.
Yo aprovechaba la hermosa mañana de otoño para pasear y sacar algunas fotos de monumentos, personajes o escenas que me llamaran la atención. Quería retener momentos de vida de una mañana dominguera. Gente descansando en los bancos cara a la bahía, personas paseando o montado en bicicleta, grupos embarcando en una ‘golondrina’ de los Diez Hermanos…
Al pasar cerca de la escultura dedicada a los ‘raqueros’ quise fotografiarla una vez más, pero con alguien a su lado para que cobrara algo más de vida la imagen. Bajé las escaleras del muelle para recogerlo a usted con su caña, al lado de las pequeñas figuras de bronce en distintas actitudes. Usted me vio y me hizo señas que al principio yo no sabía si eran de rechazo a ser fotografiado. Luego entendí que aquellas indicaciones con las manos significaban otra cosa. Subí, usted se levantó de su banqueta, y me indicó que desde ese sitio vería mejor el conjunto de aquellos personajillos zambulléndose en el agua, sentados o de pie, observando.
Aquel gesto y aquella breve conversación que mantuvimos fueron las únicas palabras que pronuncié en mi solitario paseo dominical, pero su gesto y sus palabras cediéndome su sitio e indicándome el lugar más adecuado para fotografiar el conjunto, me gustó, su amabilidad me hizo sentir bien. Sentí que hay gente, capaz de dejar por un momento su afición e interesarse por los demás.
Esta impresión es la que quiero comunicarle desde aquí. Es muy probable que usted no lea nunca estas líneas, pero necesitaba de alguna manera comunicárselo.
Buena pesca.
El domingo pasado, serían aproximadamente las once y media de la mañana, estaba usted sentado en aquella banqueta de lona, plegable, lanzando su caña a la espera de que alguna sula o que cualquier mule o jargo picara en su anzuelo.
Había escogido usted una esquina del muelle Calderón, junto a la barandilla, al lado de las esculturas que Fernando Calderón ha dedicado a esos simpáticos ‘raquerillos’ que en tiempos ya pasados sobrevivían apañando cuanto podían y de las monedas que los pasajeros y tripulantes de los barcos arrojaban al mar para que las sacasen buceando. Usted estaba allí, con su visera calada hasta las cejas, su cazadora y sus vaqueros y tenía a mano, en la escalera, su cesta con sedales y aparejos.
Yo aprovechaba la hermosa mañana de otoño para pasear y sacar algunas fotos de monumentos, personajes o escenas que me llamaran la atención. Quería retener momentos de vida de una mañana dominguera. Gente descansando en los bancos cara a la bahía, personas paseando o montado en bicicleta, grupos embarcando en una ‘golondrina’ de los Diez Hermanos…
Al pasar cerca de la escultura dedicada a los ‘raqueros’ quise fotografiarla una vez más, pero con alguien a su lado para que cobrara algo más de vida la imagen. Bajé las escaleras del muelle para recogerlo a usted con su caña, al lado de las pequeñas figuras de bronce en distintas actitudes. Usted me vio y me hizo señas que al principio yo no sabía si eran de rechazo a ser fotografiado. Luego entendí que aquellas indicaciones con las manos significaban otra cosa. Subí, usted se levantó de su banqueta, y me indicó que desde ese sitio vería mejor el conjunto de aquellos personajillos zambulléndose en el agua, sentados o de pie, observando.
Aquel gesto y aquella breve conversación que mantuvimos fueron las únicas palabras que pronuncié en mi solitario paseo dominical, pero su gesto y sus palabras cediéndome su sitio e indicándome el lugar más adecuado para fotografiar el conjunto, me gustó, su amabilidad me hizo sentir bien. Sentí que hay gente, capaz de dejar por un momento su afición e interesarse por los demás.
Esta impresión es la que quiero comunicarle desde aquí. Es muy probable que usted no lea nunca estas líneas, pero necesitaba de alguna manera comunicárselo.
Buena pesca.
Comentarios
Lola
Bellísima entrada, Náufrago.
Otra vez disfruté de las fotos y de los raqueros de Fernando Calderón. Gracias.
Estáis invitadas.
:)
Te tomo la palabra y acepto encantada tu invitación.
Hasta pronto, un beso a los dos.
Lola