Santander ya tiene funicular

EL RÍO DE LA PILA

Hay que reconocer que el Náufrago que a veces se las da de cosmopolita conserva un trasfondo cateto que no puede disimular. Así que ayer, aprovechó el primer hueco de su ‘apretada’ agenda para ir a estrenar el ‘Funicular del Río de la Pila” recientemente inaugurado por las autoridades locales y regionales, bueno, el Delegado del Gobierno, más que nada para apuntarse también el tanto. Y no apareció por allí algún representante de la Comunidad europea, que ha apoquinado el 85% para el proyecto, porque Bruselas y Estrasburgo quedan un poco a desmano.

Así pues, el Náufrago a falta de poder subirse al funicular de Montmartre que pinta mucho más, se acercó al “Río de la Pila”, zona bullanguera de sus años mozos, a una hora en que esta típica y entrañable calle dormía su siesta. Así, la ‘señá’ Juana que lleva a sus espaldas 72 años y dos infartos podrá ahorrarse los 120 escalones que durante 38 años se han tenido que chupar sus fatigadas piernas. Y es que esta ciudad está llena de cuestas ‘muy pindias’ (empinadas), como dicen los aborígenes. El barrio es uno de los que conserva más sabor de la ciudad y a medida que el ascensor va trepando los 75 metros del trayecto y salva un desnivel de 38 metros, puede verse aún pequeños huertos, y casas que dejan al desnudo el colorido especial de sus fachadas.

El funicular, además de la principal misión de facilitar el acceso a los distintos barrios y comunicar el sur de esta ciudad-montaña con el norte, ofrece unas vistas singulares de la ciudad y su bahía con la altiva silueta de Peña Cabarga perfilándose al fondo.

Río de la Pila, hermoso nombre que trae al Náufrago agradables recuerdos, debe ser uno esos ‘regatos’ a los que alude una cronista e historiadora de conocidos apellidos en la región: “Era la época –mediados del XVIII, cuando una veintena de regatos bajaban desde lo alto al centro de la ciudad– en que Santander despertaba al mundo moderno, en que comenzaban los ensanches y en que, abiertas y derruidas las murallas que estrechaban como un cinturón de piedra las entrañas del núcleo urbano, principiaba a expandirse por Este y Oeste, y a retrepar el caserío al Norte, por las escarpas de subida al Alta, aprovechando para sus huertos de naranjos y viñas cualquier empinado prado, aunque fuera del tamaño de un pañuelo”. Carmen González Echegaray)


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