Turco
LOS OTROS HÉROES
ByDOUCE
Hoy me siento feliz. Por fin puedo contar una historia ‘perruna’ para mostrar a los humanos cómo somos los perritos. Empiezan a cargarme un poco algunas de las cosas que cuenta mi papá en esta bitácora. Debe de ser verdad, pero yo tengo una visión más positiva de la vida. Hoy, leyendo con mi papá la historia de un perro, se me ensanchó el corazón y una oleada de satisfacción y de orgullo me inundó por dentro. Me alegra contarla porque también intervienen en ella algunos humanos. Perros y amos, podemos hacer, juntos, maravillas. Enseguida dije a mi papá: ‘me la pido’. Y así voy a contarla:
Turco, que es el protagonista de esta historia, nació en Tarifa. Un día, su dueño le extrajo el ‘microchip’, que es nuestro DNI, para que no pudieran identificarle y lo dejó abandonado. Así vagó solo por las playas y por las calles tarifeñas, hasta que lo recogieron unos militares que hacían ejercicios de tiro. Estaba en los huesos, llenos de pulgas y de parásitos. Al leerlo me estremecí, porque me recordaron tiempos pasados. Pero sigamos con Turco, que yo aquí no pinto nada. Un año después de la odisea aún seguía sin ladrar.
Afortunadamente su ‘vida’ se cruzó con la de Cristina, una joven soldado de 22 años, vallisoletana, destinada en Ceuta. Sus amigos que sabían un poco de su soledad, tan lejos de su casa , le hablaron de mi amigo. Inmediatamente Cristina cruzó el estrecho en un ferry y se lo llevó a su casa. En poco tiempo Turco recobró la alegría, correteaba incansable por la playa, devolvía con sus ‘caricias’ los mimos de la soldado. Fueron ocho meses felices. Pero una mañana cayó una enorme tromba de agua que inundó la casa en que vivía Cristina. Ella tuvo que regresar al cuartel, donde Turco no podía estar, y lo dejó al cuidado de su madre, en un pueblo de Valladolid. Allí, el destino le tenía reservado una sorpresa más. El sobrino de una vecina, bombero del grupo de especialistas en rescates, le vio corretear por el pueblo, alegre, oliéndolo todo con aires de detective y pidió permiso a Cristina para hacerle una prueba.
Cristina, con dolor, aceptó la oferta con tres condiciones: que no le cambiaran el nombre, que se lo dejaran ver cada vez que fuera a Valladolid y que se lo devolvieran en caso de que no superara la prueba. A los quince días recibía noticias: “Tu perro ladra y está hecho una máquina. Cuando salimos a correr se viene con nosotros, y luego va con el siguiente turno. Nunca tiene bastante”.Empezó un duro aprendizaje. Eugenio, el adiestrador, enseño a mi amigo el oficio. Moverse en las mil trampas de un derrumbamiento, adentrarse en la oscuridad en los huecos más inverosímiles, aprender a distinguir el olor genérico de los humanos vivos o muertos. Recibir su premio en forma de caricias, palitos, alguna golosina.
Llegó el momento de la verdad. Turco viajó a Haití con el equipo vallisoletano. Participó en 18 rescates, pero también sufrió el dolor de miles a los que no pudieron salvar. Pero todo el mundo vio a Rejedson, dos años, unos ojos enormes entre asustados e incrédulos cuando Oscar Vega lo depositó en los brazos de su madre. Toda la familia bailó, entre gritos de alegría. Cuando Cristina lo vio a través de la televisión, se puso a llorar, diciendo sin parar: “Ése es mi Turco; es lo más grande que me ha pasado en mi vida”.
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(Referencia: XLSemanal)
Turco, que es el protagonista de esta historia, nació en Tarifa. Un día, su dueño le extrajo el ‘microchip’, que es nuestro DNI, para que no pudieran identificarle y lo dejó abandonado. Así vagó solo por las playas y por las calles tarifeñas, hasta que lo recogieron unos militares que hacían ejercicios de tiro. Estaba en los huesos, llenos de pulgas y de parásitos. Al leerlo me estremecí, porque me recordaron tiempos pasados. Pero sigamos con Turco, que yo aquí no pinto nada. Un año después de la odisea aún seguía sin ladrar.
Afortunadamente su ‘vida’ se cruzó con la de Cristina, una joven soldado de 22 años, vallisoletana, destinada en Ceuta. Sus amigos que sabían un poco de su soledad, tan lejos de su casa , le hablaron de mi amigo. Inmediatamente Cristina cruzó el estrecho en un ferry y se lo llevó a su casa. En poco tiempo Turco recobró la alegría, correteaba incansable por la playa, devolvía con sus ‘caricias’ los mimos de la soldado. Fueron ocho meses felices. Pero una mañana cayó una enorme tromba de agua que inundó la casa en que vivía Cristina. Ella tuvo que regresar al cuartel, donde Turco no podía estar, y lo dejó al cuidado de su madre, en un pueblo de Valladolid. Allí, el destino le tenía reservado una sorpresa más. El sobrino de una vecina, bombero del grupo de especialistas en rescates, le vio corretear por el pueblo, alegre, oliéndolo todo con aires de detective y pidió permiso a Cristina para hacerle una prueba.
Cristina, con dolor, aceptó la oferta con tres condiciones: que no le cambiaran el nombre, que se lo dejaran ver cada vez que fuera a Valladolid y que se lo devolvieran en caso de que no superara la prueba. A los quince días recibía noticias: “Tu perro ladra y está hecho una máquina. Cuando salimos a correr se viene con nosotros, y luego va con el siguiente turno. Nunca tiene bastante”.Empezó un duro aprendizaje. Eugenio, el adiestrador, enseño a mi amigo el oficio. Moverse en las mil trampas de un derrumbamiento, adentrarse en la oscuridad en los huecos más inverosímiles, aprender a distinguir el olor genérico de los humanos vivos o muertos. Recibir su premio en forma de caricias, palitos, alguna golosina.
Llegó el momento de la verdad. Turco viajó a Haití con el equipo vallisoletano. Participó en 18 rescates, pero también sufrió el dolor de miles a los que no pudieron salvar. Pero todo el mundo vio a Rejedson, dos años, unos ojos enormes entre asustados e incrédulos cuando Oscar Vega lo depositó en los brazos de su madre. Toda la familia bailó, entre gritos de alegría. Cuando Cristina lo vio a través de la televisión, se puso a llorar, diciendo sin parar: “Ése es mi Turco; es lo más grande que me ha pasado en mi vida”.
(Es aquí, en este final feliz, cuando yo también me he conmovido por dentro, feliz y orgullosa. También para mí, como perrita, “Ése es mi Turco")
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(Referencia: XLSemanal)
Comentarios
Esta noche, se ha repetido, al leer esta noticia. Un poco más humano, que me encuentro, más reconciliado con este mundo, que no hay santa manera de cogerlo. Gracias por compartir la noticia.
Un abrazo, y que tengáis buena semana.
Feliz semana!!
Que noble y bella misión para la vida de Turco, que transcurriera días menos afortunados.
Gracias por el post
Un abrazo
Ro
Celebramos que sirva para reconciliarte un poco con este mundo, del que sólo nos muestran su lado más oscuro y desagradable.
Por eso he querido recoger esta noticia, en la que aparece nuestra verdadera cara.
Que te dure lo más posible esta hermosa sensación.
Un abrazo
Compartiremos las buenas noticias y las buenas sensaciones.
Un guauuu cariñoso
No todo el mundo sabe apreciar lo que valemos. No somos muñecos ni juguetes que se regalan en una Navidad o en un cumpleaños para luego desahacerse de nosotros.
Hay humanos que no merecen ese nombre. Nosotros nunca lo haríamos.
Guauuuas de una perrita afortunada