El fotógrafo fotografiado
QUE SALE EL PAJARITO
Llegaron hacia el mediodía a los jardines de Piquío, el uno cargado con sus artilugios y el otro con el periódico en la mano. Rondarían los setenta y los ochenta. El más bajito, el de la bata azul, empezó el montaje de su vieja ‘cámara’ con trípode de madera, mientras el compañero echaba un vistazo al periódico. Luego cogió un cubo y fue a llenarlo de agua en una fuente cercana, para el ‘revelado’ de las fotos. No pareció que le gustara demasiado que un extraño estuviera recogiendo este momento con su cámara. Poco tiempo después llegó con su caldero, se lo entregó a su compañero y se despidió. Allí quedó el ‘artista’ terminando de instalar su vieja ‘cámara oscura’ .
- “¿Cuánto tiempo tiene esta cámara?”, le preguntó el extraño
-“No ha hecho todavía la primera comunión”, respondió entre irónico y desconfiado, mientras sacaba de una bolsa un botellón de plástico con el ‘ácido’.
No se mostraba muy dicharachero y miraba con cierto desdén la cámara que colgaba del cuello del intruso, como si fuera un competidor non grato. El extraño no sabía cómo abordarle y eligió directamente la cuestión del unte que al parecer era lo que le interesaba, más que revelar los secretos de su viejo artefacto. Comprendió que al artista no le gustaban mucho los mirones que hacían demasiadas preguntas.
- “¿Y a cómo son las fotos?” Insistió el preguntón, a ver si por ese lado hilvanaba alguna frase
- “Diez euros”, respondió, mientras introducía una especie de cajón con el ácido en el interior de la cámara.
- “¿Puedo sacarle alguna foto?, insistió el demandante
- “Sí, pero pagando”, respondió el de la bata, sin rebozo.
El intruso comprendió. Lo había comprendido antes, que la única manera que tenía de recobrar una parte de su memoria infantil tenía que ser apoquinando. Metió la mano y le dio unos euros.
- “Tome, para que se tome un chato” ¿Puedo ahora? El tono y el gesto habían cambiado y sacó la foto.
- “Puede sacar alguna más” respondió ya algo más desenvuelto, mientras colocaba algunas viejas fotos en un costado del cajón de su cámara e iba indicando los nombres de los fotografiados: alcaldes, políticos, borbones y alguna artista como Concha Velasco. Se le notaba un cierto orgullo mientras los citaba.
Era hora de despedirse y el intruso le preguntó por su nombre.
- “Me llamo Mariano García. Me tomaré un blanco a su salud”, respondió, ya sin restricciones al visitante que volvía a su ‘safari fotográfico’, entre satisfecho y medio sobornado. Y es que los tiempos no están para regalos.
Llegaron hacia el mediodía a los jardines de Piquío, el uno cargado con sus artilugios y el otro con el periódico en la mano. Rondarían los setenta y los ochenta. El más bajito, el de la bata azul, empezó el montaje de su vieja ‘cámara’ con trípode de madera, mientras el compañero echaba un vistazo al periódico. Luego cogió un cubo y fue a llenarlo de agua en una fuente cercana, para el ‘revelado’ de las fotos. No pareció que le gustara demasiado que un extraño estuviera recogiendo este momento con su cámara. Poco tiempo después llegó con su caldero, se lo entregó a su compañero y se despidió. Allí quedó el ‘artista’ terminando de instalar su vieja ‘cámara oscura’ .
- “¿Cuánto tiempo tiene esta cámara?”, le preguntó el extraño
-“No ha hecho todavía la primera comunión”, respondió entre irónico y desconfiado, mientras sacaba de una bolsa un botellón de plástico con el ‘ácido’.
No se mostraba muy dicharachero y miraba con cierto desdén la cámara que colgaba del cuello del intruso, como si fuera un competidor non grato. El extraño no sabía cómo abordarle y eligió directamente la cuestión del unte que al parecer era lo que le interesaba, más que revelar los secretos de su viejo artefacto. Comprendió que al artista no le gustaban mucho los mirones que hacían demasiadas preguntas.
- “¿Y a cómo son las fotos?” Insistió el preguntón, a ver si por ese lado hilvanaba alguna frase
- “Diez euros”, respondió, mientras introducía una especie de cajón con el ácido en el interior de la cámara.
- “¿Puedo sacarle alguna foto?, insistió el demandante
- “Sí, pero pagando”, respondió el de la bata, sin rebozo.
El intruso comprendió. Lo había comprendido antes, que la única manera que tenía de recobrar una parte de su memoria infantil tenía que ser apoquinando. Metió la mano y le dio unos euros.
- “Tome, para que se tome un chato” ¿Puedo ahora? El tono y el gesto habían cambiado y sacó la foto.
- “Puede sacar alguna más” respondió ya algo más desenvuelto, mientras colocaba algunas viejas fotos en un costado del cajón de su cámara e iba indicando los nombres de los fotografiados: alcaldes, políticos, borbones y alguna artista como Concha Velasco. Se le notaba un cierto orgullo mientras los citaba.
Era hora de despedirse y el intruso le preguntó por su nombre.
- “Me llamo Mariano García. Me tomaré un blanco a su salud”, respondió, ya sin restricciones al visitante que volvía a su ‘safari fotográfico’, entre satisfecho y medio sobornado. Y es que los tiempos no están para regalos.
Comentarios
Hacía años que no veía un fotógrafo como Mariano.
Solía verlos cuando era chica en muchos lugares pero, últimamente, sólo los veía en nuestra Plaza Independencia.
El intruso saca buenas fotos también!
Un beso,