Un mundo de vida y fantasía
LOS TEBEOS
De vez en cuando, el Náufrago trata de poner algo de orden en libros, papeles, carpetas que andan dispersas por múltiples sitios de su lugar de trabajo y algunos más. Son muchos los papeles, sobres, anuncios, escritos, documentos que algún día quizá tuvieron sentido, pero que hoy ya no sirven para nada.
Hoy, en una de esas labores, se encontró con un pequeño tesoro que hacía tiempo estaba buscando. Se trataba de un tebeo de Roberto Alcázar y Pedrín que en alguna feria de ‘libro viejo’ había comprado. Se notaba que habían pasado por él más de cincuenta años, aunque estaba cuidadosamente cubierto por una especie de bolsita de celofán, pero el papel descolorido y algunas manchas, indicaban que el tiempo no había pasado en vano. No se sabe quién fue el niño que lo compró, ni cuando, ni por cuántas manos había pasado, antes de llegar a las manos de aquel librero de viejo.
Para alguien que no tuviera noticias de las aventuras de aquel apuesto detective, llamado Roberto y de su joven ayudante, Pedrín, este cuadernillo de doce páginas llenas de manchas y olor a viejo no le dirían nada. Tampoco conocerían a su dibujante valenciano Eduardo Vañó, al autor de los guiones, Pedro Quesada. Tampoco el Náufrago, en aquellos años se fijaba en dibujantes y guionistas, pero sí pasaba horas y horas viviendo su aventuras, olvidándose de todo lo que no fueran aquellas historias del detective, del Guerrero del Antifaz en busca de Ali Kan, raptor de su madre, divirtiéndose con la curiosa familia Ulises o los inventos del inventor de extraños artilugios, el profesor Franz de Copenhague.
Los tebeos y los libros de Salgari, los de aquella editorial Araluce y tantos otros, fueron su mundo de evasión, su mundo de sueños, donde vivió los mejores momentos que nutrieron su infancia. Ellos y los juegos de la calle con sus amigos, fueron lo mejor de su niñez. Unas raíces de las que todavía se nutre y sigue viviendo .Ya mayor, muy mayor, leyó casi con la misma ingenuidad las aventuras del astuto Astérix y el gigantón de Obélix, o las historias de Tintin y Milou. El Náufrago debe mucho a los tebeos que tenía que ocultar en los sitios más inverosímiles de la casa porque su padre pensaba que esas lecturas eran una pérdida de tiempo.
Hoy, como revancha, se ha permitido crear su propia ‘edición’, esperando que la SGAE no le reclame sus ‘derechos’.
De vez en cuando, el Náufrago trata de poner algo de orden en libros, papeles, carpetas que andan dispersas por múltiples sitios de su lugar de trabajo y algunos más. Son muchos los papeles, sobres, anuncios, escritos, documentos que algún día quizá tuvieron sentido, pero que hoy ya no sirven para nada.
Hoy, en una de esas labores, se encontró con un pequeño tesoro que hacía tiempo estaba buscando. Se trataba de un tebeo de Roberto Alcázar y Pedrín que en alguna feria de ‘libro viejo’ había comprado. Se notaba que habían pasado por él más de cincuenta años, aunque estaba cuidadosamente cubierto por una especie de bolsita de celofán, pero el papel descolorido y algunas manchas, indicaban que el tiempo no había pasado en vano. No se sabe quién fue el niño que lo compró, ni cuando, ni por cuántas manos había pasado, antes de llegar a las manos de aquel librero de viejo.
Para alguien que no tuviera noticias de las aventuras de aquel apuesto detective, llamado Roberto y de su joven ayudante, Pedrín, este cuadernillo de doce páginas llenas de manchas y olor a viejo no le dirían nada. Tampoco conocerían a su dibujante valenciano Eduardo Vañó, al autor de los guiones, Pedro Quesada. Tampoco el Náufrago, en aquellos años se fijaba en dibujantes y guionistas, pero sí pasaba horas y horas viviendo su aventuras, olvidándose de todo lo que no fueran aquellas historias del detective, del Guerrero del Antifaz en busca de Ali Kan, raptor de su madre, divirtiéndose con la curiosa familia Ulises o los inventos del inventor de extraños artilugios, el profesor Franz de Copenhague.
Los tebeos y los libros de Salgari, los de aquella editorial Araluce y tantos otros, fueron su mundo de evasión, su mundo de sueños, donde vivió los mejores momentos que nutrieron su infancia. Ellos y los juegos de la calle con sus amigos, fueron lo mejor de su niñez. Unas raíces de las que todavía se nutre y sigue viviendo .Ya mayor, muy mayor, leyó casi con la misma ingenuidad las aventuras del astuto Astérix y el gigantón de Obélix, o las historias de Tintin y Milou. El Náufrago debe mucho a los tebeos que tenía que ocultar en los sitios más inverosímiles de la casa porque su padre pensaba que esas lecturas eran una pérdida de tiempo.
Hoy, como revancha, se ha permitido crear su propia ‘edición’, esperando que la SGAE no le reclame sus ‘derechos’.
Comentarios
Era mi preferido.
Gracias por recordármelos.
Bicos
Nuestra verdadera patria es nuestra infancia.
Bicos