Día de playa
TENGO UN 'ANGELITO', VESTIDO DE AZUL
By DOUCE
Voy a definir a mi papá, al que conocí por estas fechas hace once años. El Náufrago, como su nombre indica, tiene algo de salvaje y solitario. No es que no sea sociable, pero la edad y su carácter hacen que no le gusten los baños de multitudes. Llegadas estas fechas le agobian esas playas abarrotadas, donde hay que coger sitio en horas tempranas, para colocar la toalla. A él le gusta poder llegar y besar el santo. Odia los atascos, la lucha por encontrar un hueco donde aparcar el coche y, por qué no decirlo, le agobia tanta gente. Por eso, normalmente, se va a una playita recoleta, alejada del bullicio y donde es mucho más fácil encontrar un hueco para el vehículo. Llegado a la cala, siempre hay un rincón donde descansar sin verse rodeado de toallas, sombrillas, cacharros de niños, neveras y demás trebejos.
Hoy, saliendo de la rutina y por pura casualidad, antes de ir hacia su cala, se metió en el fregado de las Playas con mayúsculas. En mala hora. Colas de coches al acecho por ver si alguna alma o cuerpo caritativo recogían su coche y dejaban el precioso regalo de un aparcamiento. Iba ya hacia su destino habitual, cuando un señor fortachón se instaló en el asiento de su furgoneta y “¡oh milagro!” dejó un espacioso hueco libre.Se frotaba los ojos no creyendo en tanta suerte, vigilaba las maniobras que hacía el buen señor para salir de aquellos preciados metros de asfalto por si se arrepentía. Por fin, terminó la maniobra, y él aparcó su pequeño utilitario, feliz de la muerte. Entre aquel laberinto de ‘parcelitas’ entoalladas, se hizo un huequecito, muy cerca de las olas. Total para lo que él necesita en la media hora que dura su estancia nadando o paseando, el sitio sobraba.
Feliz pasó su breve tiempo en la playa. No llegaría a los tres cuartos de hora. Fresco y relajado, me cuenta, volvió adonde había dejado su coche. Se acercó, vio un señor de azul con una gorra coronada de cuadraditos blancos fosforescentes, ante un coche verde manzana. El Náufrago no nada crédito a sus ojos. Aquel coche del que el señor azul, al parecer estaba tomando notas bolígrafo en mano, no podía ser el suyo. Miró un poco hacia delante y atrás y no había duda. ¡Era su coche! ¡Aquel por el que había sudado para encontrarle un sitio tranquilo y sombreado! El señor azul, de pantalón corto, bolígrafo y cuaderno en mano era un Policía muy Municipal. Se acercó a él, pensando para sí cuántos Euros se llamaba y le saludó.
- “¿Es de usted este coche?”, le preguntó. Respondió afirmativamente, aunque quizá hubiera dado algo para ser en ese momento un simple peatón.
- “¿Es usted minusválido?”, añadió. Pensó un poco en su cadera, en sus cervicales y a punto estuvo de decirle que sí. Sólo supo decirle: “No, ¿por qué?” Entonces el señor azul le indicó un poco más atrás. Fue entonces cuando vio una señal donde se podía ver una silueta de una especie de monigote, sentado en una especie de silla de ruedas y vio lo que antes no había visto, fijos sus ojos tan sólo en el señor que se subía a una furgoneta y dejaba libre aquel sitio. Ya le pareció muy espacioso aquel sitio… Pero era el tiempo de reaccionar. Con la mayor ingenuidad del mundo explicó cómo habían ocurrido los hechos, insistiendo que para nada había visto la dichosa señal. Retuvo un poco la respiración, esperando la sentencia… Segundos de espera… Y un gesto del señor azul que indicaba con la mano: ¡”Ande, salga!” La sorpresa fue mayúscula, no es que sintiera ganas de besar al agente, había dejado ya de calcular cuántos euros se llamaba. No sé si bendijo también a la madre que le parió. Salió echando leches, por si se arrepentía y para celebrarlo huyó lejos, se tomó una caña con derecho a pincho y sacó unas fotos del Casino que hacía años que no visitaba.
Me dice mi papá que la próxima vez que vea a un agente de éstos, pensará que todavía quedan algunos que no te ponen cara de juez, muy serios, y te la clavan.
Hoy, saliendo de la rutina y por pura casualidad, antes de ir hacia su cala, se metió en el fregado de las Playas con mayúsculas. En mala hora. Colas de coches al acecho por ver si alguna alma o cuerpo caritativo recogían su coche y dejaban el precioso regalo de un aparcamiento. Iba ya hacia su destino habitual, cuando un señor fortachón se instaló en el asiento de su furgoneta y “¡oh milagro!” dejó un espacioso hueco libre.Se frotaba los ojos no creyendo en tanta suerte, vigilaba las maniobras que hacía el buen señor para salir de aquellos preciados metros de asfalto por si se arrepentía. Por fin, terminó la maniobra, y él aparcó su pequeño utilitario, feliz de la muerte. Entre aquel laberinto de ‘parcelitas’ entoalladas, se hizo un huequecito, muy cerca de las olas. Total para lo que él necesita en la media hora que dura su estancia nadando o paseando, el sitio sobraba.
Feliz pasó su breve tiempo en la playa. No llegaría a los tres cuartos de hora. Fresco y relajado, me cuenta, volvió adonde había dejado su coche. Se acercó, vio un señor de azul con una gorra coronada de cuadraditos blancos fosforescentes, ante un coche verde manzana. El Náufrago no nada crédito a sus ojos. Aquel coche del que el señor azul, al parecer estaba tomando notas bolígrafo en mano, no podía ser el suyo. Miró un poco hacia delante y atrás y no había duda. ¡Era su coche! ¡Aquel por el que había sudado para encontrarle un sitio tranquilo y sombreado! El señor azul, de pantalón corto, bolígrafo y cuaderno en mano era un Policía muy Municipal. Se acercó a él, pensando para sí cuántos Euros se llamaba y le saludó.
- “¿Es de usted este coche?”, le preguntó. Respondió afirmativamente, aunque quizá hubiera dado algo para ser en ese momento un simple peatón.
- “¿Es usted minusválido?”, añadió. Pensó un poco en su cadera, en sus cervicales y a punto estuvo de decirle que sí. Sólo supo decirle: “No, ¿por qué?” Entonces el señor azul le indicó un poco más atrás. Fue entonces cuando vio una señal donde se podía ver una silueta de una especie de monigote, sentado en una especie de silla de ruedas y vio lo que antes no había visto, fijos sus ojos tan sólo en el señor que se subía a una furgoneta y dejaba libre aquel sitio. Ya le pareció muy espacioso aquel sitio… Pero era el tiempo de reaccionar. Con la mayor ingenuidad del mundo explicó cómo habían ocurrido los hechos, insistiendo que para nada había visto la dichosa señal. Retuvo un poco la respiración, esperando la sentencia… Segundos de espera… Y un gesto del señor azul que indicaba con la mano: ¡”Ande, salga!” La sorpresa fue mayúscula, no es que sintiera ganas de besar al agente, había dejado ya de calcular cuántos euros se llamaba. No sé si bendijo también a la madre que le parió. Salió echando leches, por si se arrepentía y para celebrarlo huyó lejos, se tomó una caña con derecho a pincho y sacó unas fotos del Casino que hacía años que no visitaba.
Me dice mi papá que la próxima vez que vea a un agente de éstos, pensará que todavía quedan algunos que no te ponen cara de juez, muy serios, y te la clavan.
Casino Sardinero
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Comentarios
Admitido eso, debo decir en mi favor o a modo de excusa que el despite de hoy fue debido a la necesidad que tenía de encontrar un 'agujero' donde dejar mi coche. Eso hizo que me fijara sólo en la furgoneta que salía, sin mirar delante o detrás, esta vez detrás, había alguna señal.
Gracias a que no la vi, con o sin despiste, pude decir con toda inocencia a mi ángel azul: "Perdone, señor agente, pero no vi ninguna señal". Fue tanta la convicción con que lo dije, que el agente de pantalón corto veraniego, borró lo que ya había escrito.