Calor africano

SIN "VACACIONES EN PAZ"
Este artículo apareció ayer en un diario regional. Su autor lo había enviado hace bastante, cuando se hablaba de olas de calor. Esas olas siguen existiendo. Cuando el Náufrago habla por teléfono con familiares y amigos que viven de la meseta para abajo, todos dicen lo mismo “¡Qué calor, hijito!”, “No hay quien duerma” “Esto es un horno”… Los que se quejan tienen piscinas, aire acondicionado, ventiladores, hasta mares, ríos, estanques donde mitigar el calor. El autor habla de otros ‘calores’, por supuesto el físico, pero también de otros ‘sofocos’, de otros ‘ahogos’, bajo un sol de injusticia.

La crisis, la maldita crisis, ha dejado más abandonados que de ordinario,a los que viven aún más abajo. Ordinario, son 35 años. Los 1000 niños que podían disfrutar de “Vacaciones en paz”, han sido los primeros en percibir los efectos. No habrá vacaciones para ellos y las familias que lesw acogían.No hay dinero para estas ‘insignificancias’. Sí lo hay , sin embargo, para los que dan patadas a un balón, pero podríamos citar otros 'despilfarros'. Es sólo una referencia. Lean:

  • CALOR AFRICANO

    Fernando LLORENTE
El título de estas líneas se ha venido repitiendo en las páginas de los periódicos en los días pasados, y no sólo en las de información meteorológica, sino en las de información general, cuando no en la primera página, dándole a la información parecida importancia a la de la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña o a la de las proezas de la selección nacional de fútbol.

No es andaluz ni extremeño ni castellanomanchego ni siquiera madrileño. Si sus ciudadanos pertenecieran a alguna de esas comunidades, tendrían playas y/o piscinas para darse un chapuzón, o simplemente fuentes en plazas, que tampoco tienen, como también carecen de agua corriente; podrían acercarse a una heladería y aliviar el gaznate; buscarían la sombra de un árbol, que no fuera la dura y seca talha, bajo el que pasara una brisa consoladora, pero no cuentan con otro cobijo que el de las ardientes lonas de las jaimas y el de los recalentados tejados de zinc de los beit, habitaciones con paredes de arena, agua y sol, que de vez en cuando les proporcionan camiones cisterna. Bajo unas y otros, los niños, los viejos y las mujeres embarazadas languidecen, cuando no mueren, siempre, pero sobre todo durante los tres meses del verano; enchufarían el aparato de aire acondicionado si encontraran un enchufe al que llegara una electricidad con más energía que las de unas heroicas baterías de Land Rovers acabados, mediante las que un tubo fluorescente pone penumbra en las noches de las jaimas y beit.

Me refiero al pueblo saharaui, que no es andaluz ni extremeño ni castellanomanchego ni siquiera madrileño, lo que no es impedimento para que muchos saharauis conserven su documentación española, en forma de carnés de identidad, libros de familia o contratos de trabajo de empresas españolas, porque un día el Sahara Occidental sí fue la provincia española número 53. Me refiero al pueblo saharaui, que desde hace 35 años sufre otros tantos veranos en la hamada argelina, la parcela, de piedra y tierra, más dura e inhóspita del desierto del Sahara, donde las temperaturas alcanzan los 50 grados, no siendo infrecuente que se superen, acompañados por fuertes y prolongadas tormentas de arena, animadas por vientos devastadores de jaimas y beit. Este verano, 1.000 saharauis más están siendo víctimas de esos rigores: los 1.000 niños para los que, por causa de una crisis económica de las que no tienen ninguna culpa, las organizaciones solidarias con el pueblo saharaui no han podido contar con otras tantas familias de acogida, en cuyo seno disfrutar de las bondades que para ellos ofrece, desde 1992, el programa 'Vacaciones en paz'.

El viento del Sahara, que propicia titulares periodísticos excesivos, cuando llegan a la Península ya ha perdido, al paso del Estrecho, buena parte de su agresividad -un saharaui lo consideraría fresquito, como el de sus apaciguadas noches en el desierto-, y la violencia de la arena no pasa de ser un tranquilo polvo en suspensión. En cualquier caso, contamos con los suficientes medios para paliar sus efectos, pero no valoramos lo que tenemos, precisamente porque lo tenemos. ¿Calor africano?, ¡venga ya!

-Referencia: "Diario Montañés"

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