Llorar en España
TRADUTTORE, TRADITORE
Hoy se ha colado en la isla del Náufrago el recuerdo de un escritor de raza que puso fin a su vida en plena juventud de un pistoletazo ¿Sería el amor? ¿Sería el hastío? ¿O es que había vivido muy rápido y sus 28 años eran ya 82? No es eso lo principal, por fatal y doloroso que resulte. Lo importante es lo que nos dejó de su vida apasionada.
El Náufrago que está volviendo a sus estudios secundarios a estas alturas de su historia, después de haber leído varios artículos sobre el ‘patriotismo’, las aventuras, los placeres y los días de “Fígaro”, recordó que en alguna de las estanterías debía haber ‘algo’ de Mariano José de Larra. En efecto lo encontró. Probablemente fuera algún despojo escolar de alguno de sus hijos. En la amarillenta portada de la colección Austral podía leerse: “Larra. Artículos de Costumbres. Antología dispuesta y prologada por Azorín. Décima edición”.
En honor del malogrado escritor, leyó algunos de los artículos y encontró una prosa viva, directa, corrosiva, agria y elegante, por la que no se diría que han pasado casi doscientos años. Por deformación profesional se detuvo algo más tiempo en uno de los artículos: “De las traducciones”. Aquel niño que dejó España a los cinco años para acompañar a su padre, médico del ejército francés, nunca olvidó su formación y su cultura francesa. Conocía bien pues de qué materia se hace un buen traductor y como amante del teatro sabía las condiciones que se requieren para hacer una verdadera traducción de una obra teatral. El Náufrago tomó nota:
Hoy se ha colado en la isla del Náufrago el recuerdo de un escritor de raza que puso fin a su vida en plena juventud de un pistoletazo ¿Sería el amor? ¿Sería el hastío? ¿O es que había vivido muy rápido y sus 28 años eran ya 82? No es eso lo principal, por fatal y doloroso que resulte. Lo importante es lo que nos dejó de su vida apasionada.
El Náufrago que está volviendo a sus estudios secundarios a estas alturas de su historia, después de haber leído varios artículos sobre el ‘patriotismo’, las aventuras, los placeres y los días de “Fígaro”, recordó que en alguna de las estanterías debía haber ‘algo’ de Mariano José de Larra. En efecto lo encontró. Probablemente fuera algún despojo escolar de alguno de sus hijos. En la amarillenta portada de la colección Austral podía leerse: “Larra. Artículos de Costumbres. Antología dispuesta y prologada por Azorín. Décima edición”.
En honor del malogrado escritor, leyó algunos de los artículos y encontró una prosa viva, directa, corrosiva, agria y elegante, por la que no se diría que han pasado casi doscientos años. Por deformación profesional se detuvo algo más tiempo en uno de los artículos: “De las traducciones”. Aquel niño que dejó España a los cinco años para acompañar a su padre, médico del ejército francés, nunca olvidó su formación y su cultura francesa. Conocía bien pues de qué materia se hace un buen traductor y como amante del teatro sabía las condiciones que se requieren para hacer una verdadera traducción de una obra teatral. El Náufrago tomó nota:
“Varias cosas se necesitan para traducir del francés al castellano una comedia. Primera, saber lo que son comedias; segunda, conocer el teatro y el público francés; tercera, conocer el teatro y el público español; cuarta, saber leer el francés; y quinta, saber escribir el castellano. Todo eso se necesita, y algo más, para traducir una comedia, se entiende, bien; porque para traducirla mal no se necesita más que atrevimiento y diccionario: por lo regular, el que tiene que servirse del segundo no anda escaso del primero.”No es extraño pues que abominara de las versiones hechas y echara pestes de lo que se hacía con el teatro de su época:
“En una palabra, el teatro español es una confusión; algún autor, algún actor, algún traductor; fuera de esas excepciones todo es caos y un completo olvido, por mejor decir una ignorancia completa del arte, del teatro y de la declamación. Diga usted esto sin embargo y verá usted levantarse en contra de la crítica autores, actores y traductores en masa; y en realidad, ¿quién tiene razón? ¿De parte de quién está el público? Lo ignoramos; el público pasa por todo, ni silba un autor, ni un actor, ni una traducción; ¡es posible que haya teatros en semejante apatía, con tan lastimosa indiferencia! No. Si ha de seguirse nuestra opinión, ciérrense los teatros; porque no hay reforma ni mejora posible donde no hay por parte de nadie amor al arte.”¿Dónde está el Larra de nuestros tiempos? Sin duda, no sería de los que permanecería callado.
Comentarios
Pero, bueno, supongo que hay excepciones. De mi estancia en Madrid he observado algo al respecto. Al ser asiduo al Auditorio Nacional (melómano sin remisión, que es uno), me ha llamado la atención cómo el público, cuando se encuentra con una pieza musical cuya calidad, digamos benevolentemente, no es de lo más sobresaliente, así lo expresa en los aplausos, de una manera muy educada y firme al mismo tiempo. No ha dejado de sorprenderme esa actitud tan sana, que bien podríamos extrapolar a otros ámbitos.
En fin, que no me aprovecho más de tu espacio con mis divagaciones :)
Un saludo,
No son 'divagaciones'. Las considero reflexiones de persona que siente la música y el arte y se muestra benévolo con esos aplausos de 'compromiso'.
Este sitio está muy bien aprovechado con comentarios como el tuyo.Uno aprende mucho de reflexiones como ésta.
Un saludo cómplice.