Douce y los ‘fantasmas’
DESORDENANZAS MUNICIPALES
Pues verán ustedes, los perritos aun con nuestra proverbial paciencia, también podemos estar hasta el moño. Y las perritas, ni les cuento. ¿Qué a qué viene este introito tan abrupto? Les explico.
Hoy me he encontrado con Jos, un perrito vecino mío que vive en el tercero. Estaba furioso porque a su hermana Rita, una perrita también amiga mía, le habían puesto una multa por ‘andar suelta’, sin la correa reglamentaria. Yo, como perra cohabitante con los humanos durante diez años, empiezo a estar hartita de su leyes, ordenanzas municipales, vacunas, requisitos, impuestos, ‘perros, no’ y demás mandangas. Para las autoridades y alguna gente avinagrada somos seres ‘non gratos’.
Desde el día que decidimos convivir con los humanos hemos perdido libertad y hemos tratado de adaptarnos, hacer todo lo posible para que la vida les resulte más agradable. Obedecemos, somos fieles, cariñosos, apenas molestamos, salimos de paseo cuando nos sacan, comemos lo que nos dan, sin rechistar. Nos preocupamos cuando les vemos tristes, lamemos las manos que nos maltratan, sin un mal gesto, sin un rencor.
A todo esto, no les he dicho nada sobre la multa de Rita. Resulta que salió con su ama a dar un paseo por las afueras de la ciudad. Era una finca con un gran parque que da al mar donde apenas hay gente en esta época y su dueña la soltó para que pudiera estirar las patas. Es una perrita joven que a penas tiene dos años y necesita libertad, poder solazarse. En esto estaba cuando dos individuos, sin ningún uniforme que los identificara, se acercaron a su dueña indicándole que su perra estaba ‘contraviniendo las ordenanzas municipales’. Luego se identificaron como policías y le cascaron la multa correspondiente.
Jos, su hermano, estaba que trinaba. Yo le escuchaba y asentía a todo lo que decía, uniéndome a su repulsa… Que si las arcas del Ayuntamiento estaban vacías había mil otras formas para llenarla. Que aquello se parecía a los bandoleros de Sierra Morena que atracaban las diligencias sin previo aviso. Que si son tan observantes de las ordenanzas se pongan el uniforme y no vayan disfrazados, a la caza y captura de amos y perros que no molestan a nadie. Ya exaltado, llamaba a la Revolución perruna y que fuéramos nosotros los que atáramos y pusiéramos bozales a algunos humanos bocazas y sacaperras.
Tuve que apaciguarle un poco aunque estaba de acuerdo que las leyes están para ser interpretadas y si necesitan pasta hay mil lugares donde sacarla. Hay sitios donde los decibelios no dejan dormir a los vecinos, hay gente que destroza bancos, papeleras, dejan los sitios que frecuentan llenos de botellas, vasos de plástico, hasta sus excreciones de todos los tipos, sin que por allí aparezcan municipales con o sin uniforme. ¿Por qué ellos pueden campar por sus ‘irrespetos’ y a nosotros nos ponen multas por oler a nuestras anchas?
No quiero alargarme más, pero estoy muy enojada
By DOUCE
Pues verán ustedes, los perritos aun con nuestra proverbial paciencia, también podemos estar hasta el moño. Y las perritas, ni les cuento. ¿Qué a qué viene este introito tan abrupto? Les explico.
Hoy me he encontrado con Jos, un perrito vecino mío que vive en el tercero. Estaba furioso porque a su hermana Rita, una perrita también amiga mía, le habían puesto una multa por ‘andar suelta’, sin la correa reglamentaria. Yo, como perra cohabitante con los humanos durante diez años, empiezo a estar hartita de su leyes, ordenanzas municipales, vacunas, requisitos, impuestos, ‘perros, no’ y demás mandangas. Para las autoridades y alguna gente avinagrada somos seres ‘non gratos’.
Desde el día que decidimos convivir con los humanos hemos perdido libertad y hemos tratado de adaptarnos, hacer todo lo posible para que la vida les resulte más agradable. Obedecemos, somos fieles, cariñosos, apenas molestamos, salimos de paseo cuando nos sacan, comemos lo que nos dan, sin rechistar. Nos preocupamos cuando les vemos tristes, lamemos las manos que nos maltratan, sin un mal gesto, sin un rencor.
A todo esto, no les he dicho nada sobre la multa de Rita. Resulta que salió con su ama a dar un paseo por las afueras de la ciudad. Era una finca con un gran parque que da al mar donde apenas hay gente en esta época y su dueña la soltó para que pudiera estirar las patas. Es una perrita joven que a penas tiene dos años y necesita libertad, poder solazarse. En esto estaba cuando dos individuos, sin ningún uniforme que los identificara, se acercaron a su dueña indicándole que su perra estaba ‘contraviniendo las ordenanzas municipales’. Luego se identificaron como policías y le cascaron la multa correspondiente.
Jos, su hermano, estaba que trinaba. Yo le escuchaba y asentía a todo lo que decía, uniéndome a su repulsa… Que si las arcas del Ayuntamiento estaban vacías había mil otras formas para llenarla. Que aquello se parecía a los bandoleros de Sierra Morena que atracaban las diligencias sin previo aviso. Que si son tan observantes de las ordenanzas se pongan el uniforme y no vayan disfrazados, a la caza y captura de amos y perros que no molestan a nadie. Ya exaltado, llamaba a la Revolución perruna y que fuéramos nosotros los que atáramos y pusiéramos bozales a algunos humanos bocazas y sacaperras.
Tuve que apaciguarle un poco aunque estaba de acuerdo que las leyes están para ser interpretadas y si necesitan pasta hay mil lugares donde sacarla. Hay sitios donde los decibelios no dejan dormir a los vecinos, hay gente que destroza bancos, papeleras, dejan los sitios que frecuentan llenos de botellas, vasos de plástico, hasta sus excreciones de todos los tipos, sin que por allí aparezcan municipales con o sin uniforme. ¿Por qué ellos pueden campar por sus ‘irrespetos’ y a nosotros nos ponen multas por oler a nuestras anchas?
No quiero alargarme más, pero estoy muy enojada
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