Ser diferente
LA 'EXTRAÑA' LEVEDAD DEL SER
Que el mundo va evolucionando es algo incuestionable. Que toda evolución sea progreso, no lo parece tanto. No entraremos sin embargo en profundas disquisiciones filosóficas sobre a qué podemos llamar verdadera evolución o auténtico progreso. Para esas cuestiones ya están los filósofos para poder sabiamente equivocarse. El Náufrago por lo menos no se siente cualificado para sesudas –con S - reflexiones, ni tampoco es su propósito. Lo único sobre lo que quiere dejar constancia, es que los tiempos cambian y lo que un día veíamos como normal, hoy nos parece cosa de extraterrestres. Nos choca lo diferente. Somos seres gregarios.
Todo esto le ha venido a la pluma o a la mente de la mano de una escena que presenció esta mañana. Duró apenas un minuto, pero fue suficiente para que su mente empezara a lucubrar. Se dirigía a una librería del centro de la ciudad cuando de pronto, como una ráfaga, salió de una de las bocacalles la oscura figura de un eclesiástico de los de antaño. Era mayor, habría doblado ya los setenta años, sin embargo atravesó la calle con paso vivo y ligero. Vestía traje talar, vulgo sotana, ceñía su cintura con una banda ancha y llevaba en su mano izquierda un rosario, cuyas cuentas iba pasando con su dedo pulgar. Parecía ir rogando por su salvación o la de los viandantes, ajeno por lo demás a cualquier otra diversión que no fuera su rezo. Más de uno le observaba como a un ser extraño, señalaba a su pareja al cura y esbozaba una ligera sonrisa, no sé sabe si de sorpresa o extrañeza. Se diría la visión de un extraterrestre.
Fue entonces cuando el Náufrago dio marcha atrás con su imaginación por el túnel del tiempo. Su infancia estaba llena de bandadas de ‘pavitos’ (seminaristas) que pasaban por delante de su casa, en filas de a dos, con su sotana, su beca roja y su bonete de puntas. Él los miraba curioso, pero sin ninguna extrañeza, estaba acostumbrado a verlos en sus paseos semanales. Por otra parte creció en una ciudad clerical por excelencia y las tocas de las monjas y las sotanas de clérigos y frailes eran para él un paisaje cotidiano.
Hoy esto ha pasado a ser un fenómeno extraño que llama la atención de los viandantes, sin embargo no vuelven la cabeza ante frikies, góticos, ‘modelnos’, faldas de todos los tamaños, pantalones ajustados desde el pecho hasta la ‘hucha’, según el lenguaje juvenil. Nada parece extraño. Lo que llama la atención de la gente ‘uniforme’ es lo diferente. Nos gusta estar perdidos entre el rebaño.
El cura de esta mañana era ‘el extraño’.
Que el mundo va evolucionando es algo incuestionable. Que toda evolución sea progreso, no lo parece tanto. No entraremos sin embargo en profundas disquisiciones filosóficas sobre a qué podemos llamar verdadera evolución o auténtico progreso. Para esas cuestiones ya están los filósofos para poder sabiamente equivocarse. El Náufrago por lo menos no se siente cualificado para sesudas –con S - reflexiones, ni tampoco es su propósito. Lo único sobre lo que quiere dejar constancia, es que los tiempos cambian y lo que un día veíamos como normal, hoy nos parece cosa de extraterrestres. Nos choca lo diferente. Somos seres gregarios.
Todo esto le ha venido a la pluma o a la mente de la mano de una escena que presenció esta mañana. Duró apenas un minuto, pero fue suficiente para que su mente empezara a lucubrar. Se dirigía a una librería del centro de la ciudad cuando de pronto, como una ráfaga, salió de una de las bocacalles la oscura figura de un eclesiástico de los de antaño. Era mayor, habría doblado ya los setenta años, sin embargo atravesó la calle con paso vivo y ligero. Vestía traje talar, vulgo sotana, ceñía su cintura con una banda ancha y llevaba en su mano izquierda un rosario, cuyas cuentas iba pasando con su dedo pulgar. Parecía ir rogando por su salvación o la de los viandantes, ajeno por lo demás a cualquier otra diversión que no fuera su rezo. Más de uno le observaba como a un ser extraño, señalaba a su pareja al cura y esbozaba una ligera sonrisa, no sé sabe si de sorpresa o extrañeza. Se diría la visión de un extraterrestre.
Fue entonces cuando el Náufrago dio marcha atrás con su imaginación por el túnel del tiempo. Su infancia estaba llena de bandadas de ‘pavitos’ (seminaristas) que pasaban por delante de su casa, en filas de a dos, con su sotana, su beca roja y su bonete de puntas. Él los miraba curioso, pero sin ninguna extrañeza, estaba acostumbrado a verlos en sus paseos semanales. Por otra parte creció en una ciudad clerical por excelencia y las tocas de las monjas y las sotanas de clérigos y frailes eran para él un paisaje cotidiano.
Hoy esto ha pasado a ser un fenómeno extraño que llama la atención de los viandantes, sin embargo no vuelven la cabeza ante frikies, góticos, ‘modelnos’, faldas de todos los tamaños, pantalones ajustados desde el pecho hasta la ‘hucha’, según el lenguaje juvenil. Nada parece extraño. Lo que llama la atención de la gente ‘uniforme’ es lo diferente. Nos gusta estar perdidos entre el rebaño.
El cura de esta mañana era ‘el extraño’.
Comentarios