Don Próspero, el ‘plasto’.
UNA MAÑANA LUNAR
Hoy, aprovechando que ya es Primavera-Corte Inglés, el Náufrago salió a dar un paseo por el centro de la ciudad y de paso hacer algunas gestiones propias de su edad y condición. En una calle peatonal se encontró con un viejo conocido de nombre y costumbres un tanto alambicadas. Su propio nombre ya lo delata: ´Próspero Inocencio Samuel de la Rúa’. Para nosotros y sin que nos oiga, un verdadero ‘plasta’.
A propósito de plasta, y haciendo un inciso en el relato. Hoy, por fin, el Náufrago ha comprobado que lo de la igualdad lingüística va imponiéndose. Al ir a recoger su coche en el aparcamiento donde lo había dejado, oyó un mini diálogo que le reafirmó en lo dicho. Una joven madre, cansada de las palabras de su retoño, le soltó, aburrida, un “… y por favor, no me seas ‘plasto’”. Ante tal avance, pronto tendremos que ir al dentisto, oír al pianisto, admirar a los artistos, leer a poetos y periodistos, y solicitar los servicios de taxistos o sindicalistos y familia.
Pero cerremos este largo paréntesis y volvamos a nuestro Próspero Inocencio etc.… El hombre venía de la Biblioteca Central de la ciudad de nombre tan sonoro como “ Biblioteca Marcelino Menéndez y Pelayo”. Se le había ocurrido recobrar la “Memoria Histórica” y solicitó a la bibliotecaria ejemplares del periódico local de la época. La joven sacó de un cajón una estuche de cartón con el microfilm correspondiente. Insertó la cinta en una vetusta máquina, ajustó el enfoque y apareció una copia ilegible en una pantalla sucia y decolorada. Según D. Prospe, no habría ojos de lince capaz de interpretar aquel borrón, ni cabeza estirada que no dejara allí sus cervicales. Intuyó algunos titulares, pero a lo diez minutos tuvo que dejarlo si no quería dejar en el intento su vista y su esqueleto. Agradeció el servicio, pero salió echando pestes y lamentando que una biblioteca con ese nombre ofreciera tal servicio, según contó al Náufrago.
No terminaron allí los problemas del señor ‘de la Rúa”. Aprovechando que en un lateral del edificio está situado el Museo de Bellas Artes de la ciudad, entró a ver una exposición titulada “Tirando al blanco” del pintor bilbaíno-madrileño Juan Ugalde que para D. Prospe era desconocido. Tampoco salió demasiado satisfecho de la visita. Había dos secciones, una de ellas le gustó algo más, por ‘su enjundia cromática’, como diría cualquier crítico. No le satisfizo tanto los collage de fotos, trapos y mosaicos de la sala superior. Contó al Náufrago que salía con complejos , porque no había sabido encontrar ‘la fuerza y la frescura procedentes de un feroz rechazo a la convención académica’, algo más si había percibido de su ‘singular desparpajo’ que a él le sonaba también un poco a ‘tomadura de pelo’ y lo que sí había captado eran sus ‘brochazos gestuales’…
Pero escuchar los complejos artísticos de Don Próspero Inocencio Samuel de la Rúa, tan ‘plasto’, resulta difícil. Así que con la excusa de que le cerraban la oficina a la que se dirigía, le dejó en la calle con un “¡Hasta otro rato don Próspero!”
¡Qué alivio!, dijo para su coleto el Náufrago, que tampoco es un modelo de paciencia.
Hoy, aprovechando que ya es Primavera-Corte Inglés, el Náufrago salió a dar un paseo por el centro de la ciudad y de paso hacer algunas gestiones propias de su edad y condición. En una calle peatonal se encontró con un viejo conocido de nombre y costumbres un tanto alambicadas. Su propio nombre ya lo delata: ´Próspero Inocencio Samuel de la Rúa’. Para nosotros y sin que nos oiga, un verdadero ‘plasta’.
A propósito de plasta, y haciendo un inciso en el relato. Hoy, por fin, el Náufrago ha comprobado que lo de la igualdad lingüística va imponiéndose. Al ir a recoger su coche en el aparcamiento donde lo había dejado, oyó un mini diálogo que le reafirmó en lo dicho. Una joven madre, cansada de las palabras de su retoño, le soltó, aburrida, un “… y por favor, no me seas ‘plasto’”. Ante tal avance, pronto tendremos que ir al dentisto, oír al pianisto, admirar a los artistos, leer a poetos y periodistos, y solicitar los servicios de taxistos o sindicalistos y familia.
Pero cerremos este largo paréntesis y volvamos a nuestro Próspero Inocencio etc.… El hombre venía de la Biblioteca Central de la ciudad de nombre tan sonoro como “ Biblioteca Marcelino Menéndez y Pelayo”. Se le había ocurrido recobrar la “Memoria Histórica” y solicitó a la bibliotecaria ejemplares del periódico local de la época. La joven sacó de un cajón una estuche de cartón con el microfilm correspondiente. Insertó la cinta en una vetusta máquina, ajustó el enfoque y apareció una copia ilegible en una pantalla sucia y decolorada. Según D. Prospe, no habría ojos de lince capaz de interpretar aquel borrón, ni cabeza estirada que no dejara allí sus cervicales. Intuyó algunos titulares, pero a lo diez minutos tuvo que dejarlo si no quería dejar en el intento su vista y su esqueleto. Agradeció el servicio, pero salió echando pestes y lamentando que una biblioteca con ese nombre ofreciera tal servicio, según contó al Náufrago.
No terminaron allí los problemas del señor ‘de la Rúa”. Aprovechando que en un lateral del edificio está situado el Museo de Bellas Artes de la ciudad, entró a ver una exposición titulada “Tirando al blanco” del pintor bilbaíno-madrileño Juan Ugalde que para D. Prospe era desconocido. Tampoco salió demasiado satisfecho de la visita. Había dos secciones, una de ellas le gustó algo más, por ‘su enjundia cromática’, como diría cualquier crítico. No le satisfizo tanto los collage de fotos, trapos y mosaicos de la sala superior. Contó al Náufrago que salía con complejos , porque no había sabido encontrar ‘la fuerza y la frescura procedentes de un feroz rechazo a la convención académica’, algo más si había percibido de su ‘singular desparpajo’ que a él le sonaba también un poco a ‘tomadura de pelo’ y lo que sí había captado eran sus ‘brochazos gestuales’…
Pero escuchar los complejos artísticos de Don Próspero Inocencio Samuel de la Rúa, tan ‘plasto’, resulta difícil. Así que con la excusa de que le cerraban la oficina a la que se dirigía, le dejó en la calle con un “¡Hasta otro rato don Próspero!”
¡Qué alivio!, dijo para su coleto el Náufrago, que tampoco es un modelo de paciencia.
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