La mirada


Hermosa placidez. DOUCE

Son las siete de la tarde. Una bella tarde de primavera. Douce acaba de ‘disfrutar’ de un gilipaseo como ella etiqueta esas salidas que no son ‘ni chicha, ni limoná’, en su dialecto. Ni siquiera ha podido hacer una amistad con un gato que se le quedó mirando en un rincón del jardín. El felino fijaba sus ojos  y Douce durante unos segundos creyó que podría ser un otro ‘Calcetines’ que en paz descanse. Se le parecía en las rayas y su color gris. La experiencia le dicta que ella no debe hacer ningún movimiento porque entonces el encuentro será fallido. Al ver que miraba sin empinar su lomo, pensó que quizá fuera la tarde del reencuentro con los ‘desconfiados’… Segundos duró la esperanza pero tampoco la prudencia le permitió acercarse. De un salto felino salvó la valla y por enésima vez se difumó su deseo.


A falta de gatos, estaban las hortensias. Meterse debajo de las hojas recién enverdecidas y con las patas buscar entre la tierra enterrados secretos. Así siguió la ‘gilipromenade’ y tras unos minutos de olores, rastreos y otras urgencias subió a casa con cierta desgana.

El cuarto minipaseo del día había terminado. El Náufrago se sentó en su habitual sillón escogió un libro que abrió  al azar  que hacía años descansaba en la estantería, como el arpa del poeta. Lo abrió por la página 168 y se puso a leer:

“Algunas veces también ocurre que, en un mensaje superficialmente de poca importancia, oigo un lamento soterrado y desconocido más allá de la superficie de la persona.  
Por tanto he aprendido a preguntarme: ¿logro oír los sonidos y sentir la forma del mundo interno en un interlocutor? ¿Soy capaz de vibrar ante lo que me dice con tal profundidad que siento el significado de lo que le atemoriza y que sin embargo querría comunicar, además de lo que le es conocido?...” (Carl Rogers)

En ese momento alzó los ojos y vio a Douce que se había sentado en un rincón del sofá que no le correspondía. Ella le miraba fijamente y durante un rato  no dejó de mirarle. ¿Aquella mirada podía decir un montón de cosas o era algo que creaba el Náufrago al hablar con sus ojo?
- ¿Qué haces? Te estoy mirando y no alzas la vista de eso que tienes en la mano. 
- Me gusta mirarte sin decirte nada. No entiendo lo que hacéis los humanos. 
- ¿No os gusta, estar así, como yo, descansando, sin pensar en nada, simplemente estar o ser? 
-¿No os apetece simplemente vivir…?
Llegó un momento en que el Náufrago dejó de pensar  y se quedó con el poder  de aquellos ojos que le miraban como si le hubieran hipnotizado y sólo existiera la mirada.

Comentarios

Campurriana ha dicho que…
Tremenda entrada, Náufrago.
Tiene razón Douce. Simplemente, vivir...
Douce ha dicho que…
Aunque pueda parecer que son simplemente 'perros', dan una lección de cómo se puede vivir 'otra vida'.

Aprovecha el finde, para aprovecharlo

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