Las castañas de ‘Proust’


La castañera y su máquina. DOUCE
Era de noche, de vuelta a casa. Al  pasar por la Plaza Porticada, hoy ‘Plaza de los indignados’ donde una decena  de ellos conversaban en torno a una mesa,  vio en una esquina de la plaza la ‘máquina  de tren’ de la  castañera que por  esta época asa allí sus castañas. Al verla y percibir el peculiar olor de las castañas asadas sintió  una antiquísima sensación que le devolvía decenas y decenas de años. No se trataba de la ‘ petite madelaine’ de Proust aquella que al probarla mojada en té le devolvió momentos dormidos de la infancia.

El de Combray expresaba así la sensación que le produjo aquel sabor: 
“Me estremecí, atento a lo que me estaba pasando de extraordinario. Un exquisito placer me había invadido, aislado, sin saber por qué. Inmediatamente había hecho de las vicisitudes de la vida,  algo sin importancia, sus desastres inofensivos, su brevedad ilusoria, de la misma manera que hace  el amor llenándome de una esencia preciosa; o más bien la esencia no estaba en mí,  era yo. Había dejado de sentirme mediocre, contingente y mortal”  
Salamanca. Pozo Amarillo 1950. Foto GOMBAU
Por supuesto a nuestro amigo no le produjo sensaciones tan profundas, pero sí aquel olor a castaña asada que le devolvió un ‘tiempo perdido’. Volvió a ver  la castañera, con su pañuelo negro en la cabeza, su toquilla de lana sobre los hombros,  con sus mitones protegiendo las manos del frío castellano,   revolviendo las castañas en una gran bandeja agujereada y una especie de brasero  de carbón. Sentía aquel calor que salía del ‘brasero’ y el de la compañía de su padre, que mitigaban el frío de aquellos severos inviernos. Aquellas castañas que calentaban sus manos y le protegían de  los fríos gélidos y la oscuridad de la noche.

Hoy al sentir el mismo olor de hace muchísimos años,  al pelar la castaña,  morder y sentir aquel sabor tan peculiar volvió a sentirse el niño con sus siete u ocho años. Llevó algunas a casa y la primera que olió aquel cucurucho guardado en el bolso de la cazadora fue su perra sin saber qué contenía. Compartir aquellas castañas tenía sabor a hogar

Comentarios

María ha dicho que…
Es verdad JULIO,

a veces parece increíble la manera en la que tan sólo el aroma de algo, la visión de algo nos transporta como a Proust a esa infancia que de vez en cuando salta la tapia del pasado y se hace presente de sopetón...

Fíjate a mi las castañeras no me transportan a Ponferrada porque cuando era pequeña no recuerdo verlas por la calle... pero sí que las recuerdo cuando me fui a estudiar a la facultad en León. Tenía que recorrer una distancia bastante larga desde el colegio hasta la facultad, habitualmente iba en autobús, pero a veces cuando tenía tiempo en invierno iba caminando... pues recuerdo que al pasar un arco que se llama la puerta del Espolón a mitad de camino, encontraba una de esas máquinas del tren con sus castañera quien casi sin mediar palabra ( debía verme la cara de aterida que llevaba:-) me extendía el cucurucho con las castañas, yo le dejaba la moneda en la mano, nos sonreíamos y seguí camino. Sentía el agradable calorcillo de las castañas del cucurucho que a veces, ni abría... lo llevaba agarrado bien pegado a mi, sólo para calentarme...



Un besito JULIO, feliz día lleno de recuerdos bonitos... yo me voy corriendo en busca del tiempo perdido que jamás encontraré jajaja el mío siempre va por delante y yo corriendo detrás a ver si lo pillo:-)
Douce y el Náufrago ha dicho que…
Hola. María

Me parece que lo que ocurre, al menos desde mi punto de vista o de vida, no hay marca más indeleble que las sentidas en le infancia, unas percibidas claramente, otras más profundas y efectivas sin ser conscientes racionalmente de que existen y nos definen. En este caso, de olores, sabores, sensaciones, la más mínima referencia nos hace revivir de nuevo intensamente.

Celebro que desde momentos y lugares diferentes hayamos coincidido en expresar lo que cada cual ha sentido dentro de éstas u otras tantas posibles ‘magdalenas’/ castañas, que hemos ido ‘saboreando y han dejado su huella. Todo el mundo tiene ese tipo de sensaciones y no siempre tiene la ocasión de expresarlo en ‘alta voz’.

Quizá por eso abrimos estas ‘islas’ o estos ‘sacos’, para vaciar cosas que no se dicen habitualmente en una conversación normal y que encuentran su verdadero lugar en lo que se escribe como si uno hablara para sí mismo.

También me quedaré con el calor de aquel cucurucho que te calentaban física e interiormente camino de la Facultad.

¡Toma castañas!:-)

Un saludo cariñoso de los habitantes de esta isla

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