El mar y Douce
LAS HISTORIAS DE DOUCE
La del mediodía sería cuando aterricé en la playa. Oteé el horizonte y vi que unas nubes oscuras avanzaban por el oeste y con ellas un viento que erizaba mis orejas. El cielo tendía sobre la playa un manto oscuro y unas olas de un montón de metros cabalgaban hacia la playa como caballos desbocados. Puse mis cuatro patas en la playa y empecé a olfatear entre la humedad de la arena mil olores salobres.
Mientras yo hocicaba, un colega se acercó a mí y se puso a dar vueltas entorno mío. Yo apenas le hacía caso y seguía mi tarea. Me pareció un pelín petulante y un poco pagado de sí mismo. Con su porte elegante y sus motas negras en todo su cuerpo blanco quizá creyó que ya me tenía en el bolsillo. Yo soy muy mía y trato con aquellos que a mí me gustan aunque sean feos. A veces las belleza y el encanto se llevan por dentro y yo las huelo. En resumidas cuentas, que ya tanta corte y tanto olisquearme me cansó y le solté un ¡guauuu!, que entendió enseguida y puso sus patas en polvorosa o arenosa. Había entendido mi ‘piropo’: - “Muchacho, lo tienes crudo conmigo”.
Terminado el ‘purparlé’ seguí mi paseo. Debía de tener cuidado porque las olas ganaban de repente más terreno de la playa y podían chapuzarte. En esos cuidados estaba cuando descubrí a un señor, ya madurito, que se plantó delante de mí. En un ‘pis pás’ se despojó de su vaquero, camiseta, sandalias y algo más íntimo y se dirigió decidido hacia el mar. No dudó un momento . A la primera ola le hizo frente, avanzó un poco más y una segunda ola que avanzaba cual caballo desbocado le cogió entre sus patas y lo devolvió a la playa. No se arredró, aprovechaba los intervalos en que las olas amainaban y braceaba .Más de una vez se perdía entre la espuma.
Dejé el espectáculo y me dirigí a la otra playa, que dividía un entrante de la costa. Allí las olas eran menos imponentes. Me perdí por unos caminos y vi a un joven de pelo largo, sentado en una roca que acompañaba con su guitarra el ulular del viento y el rumor más suave de las olas. Me perdí entre los juncos y los ‘plumeros’ y encontré un espacio de hierba y allí me revolqué de gozo. Por fin el Náufrago que observaba mis andanzas había tenido la gentileza de sacarme a un paseo, paseo. Loados sean los dioses y que suceda más veces, so roñoso.
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El mar y yo
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