Una mañana en la clínica

Eran la 8 de la mañana.Una mañana fría , de niebla y lluvia.Las puertas automáticas de la clínica dieron paso a los tres visitantes matinales. Las recepcionistas se recuperaban apenas del sueño o los insomnios de la noche pasada. Medio dormidas aún ,tras unas breves palabras, señalaron las butacas que se encontraban enfrente del mostrador de la recepción. Los tres recién llegados, entendieron que deberían esperar unos minutos hasta que la doctora llegara. Se sentaron los tres, la madre, la hija, una joven con la timidez y la delicadez de sus 20 años, y el padre, un señor de aspecto serio que quizá parapetaba tras él su propia sensiblidad y timidez. Tal vez era su forma de protegerse.

Pero no son los padres de la joven, los protaginistas de esta cotidiana historia hospitalaria. Quizá el mundo que nos interese explorar más, sea el de la muchacha que por primera vez acudía a un sitio tan ajeno a sus preocupaciones habituales. Así era esta visita, poco frecuente en una vida que empieza a despuntar. Estaba entre expectante y algo asustada ante la no muy complicada operación que le esperaba.. A pesar de la preocupación natural, se encontraba bastante tranquila, de acuerdo con su carácter. Estaba algo ensimismada, para fijarse en el marco aséptico, limpio, silencioso, moderno y bien cuidado que le rodeaba.

- "¿Has dormido bien? ¿Has descansado"?.- Le preguntó su padre , para romper un poco aquel silencio que se le antojaba algo denso.

- "No mucho", fue la escueta respuesta, y volvió a bajar la cabeza como pensando en lo que era para ella algo enteramente nuevo.No prosiguió el diálogo. "Quizá, pensó el padre, es mejor no atosigarle con preguntas que pudieran preocuparle más".

Las recepcionistas , por fin, parecieron reaccionar y les indicaron que podrían pasar a la sala de espera porque la doctora ya había llegado. Era una sala en consonancia con el resto del Centro hospitalario. Una sala cuidada, de un color verde reposante, dos cuadrados con forma de ventanas y cuatro litografías colgadas en cada una de las paredes. Los muebles eran de estilo moderno, funcionales. Dos de los cuadros , que debían ser de algún pintor sueco o noruego apellidado Olson, represeantaban unas casitas blancas y azules que se reflejaban en las aguas de un pequeño lago. En contraste, en la reproducción de la pared de enfrente, estallaban los colores vivos de un cuadro de Van Gogh.Era un trocito de pradera, probablemente provenzal, por los rojos verdes y amarillos de sus prados y sus casas.

Al cabo de varios minutos apareció la figura de un hombre alto,con incipiente calvicie, de gesto más bien inexpresivo, vestido con chaqueta azul de lana y pijama verde. Recogió toda la documentación y acompañó a la joven al quirófano

-" Pueden esperar aquí, no creo que sea muy largo." dijo mientras miraba uno de los papeles y se marchó

El padre sacó un libro y empezó a leer para ocupar las espera. El libro hablaba de un fugitivo en la España de los cuarenta, a la que policía perseguía y que acababa de encontrar refugio en el cuarto de una mujer de cabaret. Después de un rato de lectura, dejó a los dos protagonistas de la historia contándose sus vidas y observó durante unos momentos a las personas que poco a poco iban llenando la sala. Pensó en las distintas sensaciones que experimentaba al estar de nuevo en aquella clínica en la que había pasado por un trance parecido, aunque algo un poco más serio. Reflexionó en lo que pueden sentir los pacientes que desde distintas ansiedades, temores , imaginaciones , acuden a estos "hoteles" para clientes de diversos males.Esta aparente calma, esta limpieza, las conversaciones que se murmuran en voz baja, la temperatura, los muebles, el pausado ir y venir de los pijamas, médicos, enfermeras, las señoras que terminaban la limpieza matutina, ajenos en su rutina a los pacientes que rumian en silencio sus inquietudes.

Al cabo de casi una hora, una voz ,precedida por una suave musiquilla, requirió por los altavoces la presencia de los padres en el quirófano. Los recibió la doctora que había realizado la operación, les explicó amablemente algunos detalles, les indicó los próximos cuidados, y el consejo del anestesista de que era conveniente que esperaran aún un poco hasta que pasaran los efectos de la anestesia. En esos momentos la camilla que portaba a la joven pasó por delante , los padres le hicieron un gesto de saludo , la chica abrió ligeramente los ojos, sin ser del todo consciente de lo que le pasaba.

Aprovecharían aún las restantes horas de espera desyunando en la cafetería , leyendo el periódico o terminando de leer el libro. La historia no había terminado del todo bien. El protagonista no había podido cumplir su sueño de lo que había surgido en aquel cuarto del cabaret. De vuelta , al cabo de algunos años fuera de España, un día recibió una carta de una amiga anunciándole que Clara había fallecido recordándole. Una novela escrita con finura por Ricardo Gullón , llena de sensibilidad y de matices, su segunda novela en su faceta de novelista, que desgraciadamente otras ocupaciones y algún rechazo editorial, frustaran.

Nuestra historia, afortunadamente, tuvo un final más feliz. Por segunda vez sonó el altvoz reclamando la presencia de los padres en las salas próximas al quirófano, la joven conservaba aún el pijama azul de la clínica y sonreía, mientras comentaba las peripecias vividas, hacía preguntas, enseñaba la gran venda que cubría su pecho y respiraba más tranquila. Habían transcurrido casi cuatro horas. Ahora volvía contenta a casa, con el pequeño perrito de peluche que le habían regalado.

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