Veleros y medusas


Bajó temprano a la playa. Las nubes habían decidido que hoy tocaba correr las cortinas porque don Lorenzo no tenía ganas de levantarse. La juerga quizá. Tampoco habían acudido los visitantes, apenas unas docenas que no se atrevían a zambullirse en el agua, aunque la temperatura era dulce. El mar había dejado una franja de algas que apenas se balanceaban en un mar en calma. Se calzó aletas y gafas y se adentró en el agua. A aquella hora, que tampoco era demasiado temprano era el único que se había decidido a disfrutar del baño. Al fin y al cabo el agua tampoco estaba demasiado fría. Cerca, apenas una decena de veleros y algunas barcas descasaban en la calma de la bahía.

Salió del agua y observó que pequeños grupos de dos o tres personas miraban con atención el agua y poco después con piedras o palos recogían algo que al principio no sabía de qué se trataba, pero vistas las maniobras de sacar con un palo o una piedra alargada y después machacarlo sobre la arena, dedujo que se trataba de medusas. La curiosidad le llevó hasta la orilla de la playa y allí pudo ‘admirar’ la belleza de estos venenosos celentéreos. Aunque no se había topado con ninguna, nada más verlas a pesar de reconocer su elegancia sintió como si de verdad hubieran actuado con sus tentáculos.

No creyó conveniente otro chapuzón, los socorristas no había llegado aún, recogió sus ‘arreos’ y se dedicó a sacar algunas fotos. Aún quedaban otros ‘quehaceres’ por la mañana.


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