¿Reflexiones 'indocentes'?
Por fin ha llegado el momento de hacer frente a los nuevos alumnos y uno , a pesar de la veteranía, sufre los mismo nervios que el actor que sale de nuevo al escenario, aunque haya representado la obra cientos de veces. Conoce más o menos las reacciones del público, pero siempre teme el silencio, el aburrimiento, un ambiente poco propicio para re-presentarse o representar un papel que no es del todo él, por más que haya querido ‘meterse’ en el personaje.
Al empezar lo primero que trato de decir a mis alumnos es que formamos un grupo, y que me gustaría, aunque es difícil conseguirlo, que se olvidaran que están en una clase. Sé que es difícil, las aulas son frías , nada acogedoras, sillas incómodas, mesas en las ya no empiezan a caber ciertas piernas, desmesuradas, una pizarra, la mesa y la silla del profesor y unos percheros que a lo largo del curso se van retorciendo, rompiendo, desapareciendo. Las ventanas no dan precisamente al mar y la puerta ,a veces, no cierra. Poco propicio para hacer de ese decorado un marco acogedor para la comunicación.
Te diriges a unos alumnos que te examinan y te clavan – como tú a ellos – desde el primer momento. Captan enseguida tus flancos débiles como tú captas al tímido, al gallito, al simpático, al aplicado, al ni fú , ni fá... Es una primera exploración inevitable.Luego vienen las primeras palabras. Normalmente es el profesor el que rompe este nervioso silencio .Si es muy ‘profesor’, les explicará la trascendental importancia de su asignatura para sus vidas, les dará algunas indicaciones sobre lo que van a ver, les recuerda la importancia de un trabajo diario, les dirá que no es bueno estudiar sólo para los exámenes... Y llegado el caso, les indicará cuáles son sus criterios para la evaluación de su trabajo.
Si se parte de estos presupuestos – que no dejan de ser necesarios – es ya difícil hablar de que forman un grupo, que si ellos quisieran – y la realidad nos dice que hay algunos que no quieren- eso podría parecerse a un grupo reunido para una tarea en común: aprender algo sobre algo. Ese algo puede ser : aprender a saborear los textos literarios, el por qué de los “Gordon” que nos visitan, para qué puede servir el teorema de Pitágoras – yo me lo sigo preguntando- o si es beneficioso o no, saber decir "Good morning, I love you", ou “ tu veux coucher avec moi”, que es todo lo que sabía de francés el taxista que me llevó a mí a recoger el coche que se llevó la grúa... Es difícil para un adolescente de 13, 14 ó 16 años tal amplitud de miras.
Cuesta mucho trabajo, a veces te aproximas, hacerles comprender que te gustaría no ser profesor, quitarte esa careta aunque fuera de vez en cuando, y representar el papel del que de verdad eres. Alguien que no está ahí para aprobar o suspender como un juez que se limita a enjuiciar tan sólo una parcela pequeña de lo que es él como persona. Es difícil olvidar esos ‘roles’, esas caretas que alumnos y profesores nos ponemos cuando traspasamos las paredes del aula. Y es algo necesario si queremos crear un clima de mutuo respeto y confianza. Es un ideal al que se tiende y que resulta difícil conseguir. Sé también que hay profesores que no se lo plantean y desde el primer día se refugian - quizá lo vean necesario – la persona que posee unos saberes , que su misión principal es enseñarlos, a su manera, y cuya arma defensiva mejor son las calificaciones. Quizá, desgraciadamente haya que recurrir a esto, porque tanto a alumnos, como a padres , no sé si también a algunos profesores , es lo único que les interesa. Las escuelas no parecen ser para muchos el lugar más adecuado del placer de aprender por aprender.
Al empezar lo primero que trato de decir a mis alumnos es que formamos un grupo, y que me gustaría, aunque es difícil conseguirlo, que se olvidaran que están en una clase. Sé que es difícil, las aulas son frías , nada acogedoras, sillas incómodas, mesas en las ya no empiezan a caber ciertas piernas, desmesuradas, una pizarra, la mesa y la silla del profesor y unos percheros que a lo largo del curso se van retorciendo, rompiendo, desapareciendo. Las ventanas no dan precisamente al mar y la puerta ,a veces, no cierra. Poco propicio para hacer de ese decorado un marco acogedor para la comunicación.
Te diriges a unos alumnos que te examinan y te clavan – como tú a ellos – desde el primer momento. Captan enseguida tus flancos débiles como tú captas al tímido, al gallito, al simpático, al aplicado, al ni fú , ni fá... Es una primera exploración inevitable.Luego vienen las primeras palabras. Normalmente es el profesor el que rompe este nervioso silencio .Si es muy ‘profesor’, les explicará la trascendental importancia de su asignatura para sus vidas, les dará algunas indicaciones sobre lo que van a ver, les recuerda la importancia de un trabajo diario, les dirá que no es bueno estudiar sólo para los exámenes... Y llegado el caso, les indicará cuáles son sus criterios para la evaluación de su trabajo.
Si se parte de estos presupuestos – que no dejan de ser necesarios – es ya difícil hablar de que forman un grupo, que si ellos quisieran – y la realidad nos dice que hay algunos que no quieren- eso podría parecerse a un grupo reunido para una tarea en común: aprender algo sobre algo. Ese algo puede ser : aprender a saborear los textos literarios, el por qué de los “Gordon” que nos visitan, para qué puede servir el teorema de Pitágoras – yo me lo sigo preguntando- o si es beneficioso o no, saber decir "Good morning, I love you", ou “ tu veux coucher avec moi”, que es todo lo que sabía de francés el taxista que me llevó a mí a recoger el coche que se llevó la grúa... Es difícil para un adolescente de 13, 14 ó 16 años tal amplitud de miras.
Cuesta mucho trabajo, a veces te aproximas, hacerles comprender que te gustaría no ser profesor, quitarte esa careta aunque fuera de vez en cuando, y representar el papel del que de verdad eres. Alguien que no está ahí para aprobar o suspender como un juez que se limita a enjuiciar tan sólo una parcela pequeña de lo que es él como persona. Es difícil olvidar esos ‘roles’, esas caretas que alumnos y profesores nos ponemos cuando traspasamos las paredes del aula. Y es algo necesario si queremos crear un clima de mutuo respeto y confianza. Es un ideal al que se tiende y que resulta difícil conseguir. Sé también que hay profesores que no se lo plantean y desde el primer día se refugian - quizá lo vean necesario – la persona que posee unos saberes , que su misión principal es enseñarlos, a su manera, y cuya arma defensiva mejor son las calificaciones. Quizá, desgraciadamente haya que recurrir a esto, porque tanto a alumnos, como a padres , no sé si también a algunos profesores , es lo único que les interesa. Las escuelas no parecen ser para muchos el lugar más adecuado del placer de aprender por aprender.
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