‘Regreso’ al medievo
Hoy, como sin querer, he regresado a la Edad Media. En realidad se trata de una reproducción casi teatral, un poco de cartón piedra, pero lo suficiente viva para hacerme pensar si de verdad ‘avanzamos’, a medida que pasan los siglos, o en algunos aspectos retrocedemos como personas. Tanto ‘progreso’ técnico, cultural, industrial no significa que nos haga más humanos que cuando dependíamos más del duro pero gratificante trabajo de nuestras manos.
Al pasearme esta mañana entre casetas y tenderetes , hombres y mujeres ataviados más o menos a la antigua usanza, trabajando el vidrio, el cuero, el metal o la madera sentía que el trabajo se hacía más humano. Olores a jabón, a esencias , a plantas medicinales, a quesos, dulces, o salchichas me acercaban a la tierra. Recordaba los pasillos, las estanterías, las neveras, o los puestos que exponen hoy día la variedad de productos que consumimos y no sentía ese olor, esa cercanía, el gesto atento del que labra el vidrio al fuego, o la sonrisa de la joven juguetera, o el gesto amable de la tejedora, como si me parecieran más humanos que las pocas personas que te atienden en esas grandes superficies, donde nadie te invita a que rasques con un palo el dorso de una rana. Aquello me parecía mucho más limpio, más aséptico, más frío, más lejano. El vendedor de cuero que me probaba un brazalete o el que envolvía en una bolsa con cuidado unas pequeños mosaicos los sentía más próximos. Cristianos y musulmanes convivían y competían cada cual con sus productos sin necesidad de ninguna ‘alianza de pueblos y naciones’.
Esta especie de mercado medieval me devolvía un pasado construido en mi imaginación por películas, historias y libros y veía desfilar al señor barbudo que paseaba una reata de burros y mulas, al halconero que paseaba agarrado a su guantelete su halcón encapuchado, la chica que tejía una chaquetita de lana, los jinetes sobre sus zancos-caballos, que abrían el desfile, los malabaristas, los músicos, los bufones y el juglar que cantaba torpemente la fiesta mientras entregaba al Alcaide de la Ciudad una placa de cerámica. Todos desfilaban solemnes al son de flautas y atambores inaugurando el festival medieval. Mayores y pequeños seguíamos aquel séquito que unía por unos momentos el ‘progreso’ con el ‘pasado’.
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