Me gusta escuchar : Carl Rogers


SABER ESCUCHAR, UN ARTE

Ya era hora que el Náufrago dejara un poco las 'tecnologías' y se dedicara a asuntos más interesantes. No es cuestión de despreciar lo primero pero de vez en cuando necesitamos volver a lo que somos y lo que nos rodea. Hay demasiado ruido en nuestro alrededor y quizá eso alga que no nos oigamos los unos a los otros. Hoy, por casualidad, el Náufrago de esta isla,  cogió de la estantería un libro que hacía por lo menos veinte años que no lo leía.

El capítulo por donde lo abrió se refería  al Ser en relación’ y su autor, el psicólogo Carl Rogers, hablaba de algo tan sencillo y tan difícil como el “ Me gusta escuchar”, “Me gusto ser escuchado”, “Cuando no puedo escuchar”, “Cuando los demás no comprenden”…

El Náufrago, leyó los cuatro ‘puntos de escucha’ y  de momento escogió parte del primer titular:

“ME GUSTA ESCUCHAR”

Cuando digo que me gusta escuchar a alguien, me refiero, por supuesto, a oírle en profundidad. Me refiero a escuchar las palabras, los pensamientos, los tonos sensoriales, el significado personal, incluso el significado oculto tras la intención consciente del comunicante. Algunas veces también ocurre que, en un mensaje superficialmente de poca importancia, oigo un lamento soterrado y desconocido más allá de la superficie de la persona.  
Por tanto he aprendido a preguntarme: ¿logro oír los sonidos y sentir la forma del mundo interno en un interlocutor? ¿Soy capaz de vibrar ante lo que me dice con tal profundidad que siento el significado de lo que le atemoriza y que sin embargo querría comunicar, además de lo que le es conocido? 

A menudo he comprobado que cuando más profundamente oigo el significado de la persona, mayor cantidad de cosas ocurren. Casi siempre, cuando se da cuenta de que se le ha oído con profundidad, se le humedecen los ojos. Creo que, en realidad, llora de alegría. Es como si dijera: «Gracias a Dios que alguien me ha oído. Alguien sabe cómo es ser como yo soy». En estas ocasiones he imaginado a un prisionero en una mazmorra, intentando transmitir día a día el siguiente mensaje en morse: «Alguien me oye? ¿Hay alguien ahí? ». Hasta que, por fin, un día recibe una tenue respuesta: « Sí». Simplemente eso le basta para liberarse de su aislamiento, acaba de convertirse de nuevo en un ser humano. 

Hay muchísima gente en la actualidad que vive en mazmorras privadas, sin manifestarlo exteriormente en modo alguno, gente a la que hay que escuchar muy atentamente para oír los débiles mensajes que emiten desde su encarcelamiento. Cuando logramos oír lo que verdaderamente expresa una persona -más allá de sus gestos y palabras- la liberamos de su aislamiento y enriquecemos su vida y la nuestra.

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