La paz de la mañana

Hay placeres, sensaciones, que se nos ofrecen gratis. Quizá, a veces, somos nosotros los que no estamos preparados para sentirlos, nuestro ánimo no siempre está dispuesto a hacerles sitio.

Es una mañana de domingo, a hora temprana, cuando la ciudad aún no ha despertado, y se ofrece casi virgen a gozar de una unión enamorada. La bahía está tranquila y el sol se mira en el agua remansada y una estela de luz marca una ruta rizada.Tan sólo unos pocos han salido a disfrutar de este espectáculo que igualaría a cualquier ballet, a cualquier película no filmada. Ahí están los personajes para que cualquier director , haga sonar su claqueta y grite su: “Silencio, se rueda”.

El grupo de ciclistas mañaneros se han dado cita en la parada del autobús. Llevan ‘maillots’ de intensos colores amarillos , azules...Los barrenderos recogen las últimas hojas con sus uniformes fluorescentes, las mangueras de los empleados municipales van refrescando las calles, los pescadores se reparten el muelle para colocar sus cañas. Los más solitarios están encaramados en las rocas que ha desnudado la marea. La playa es inmensa, las vivas mareas de noviembre han dejado al descubierto todas las rocas que en el verano duermen bajo el agua. Decenas de corredores solitarios o en pareja recorren sudorosos calles y paseos. Jóvenes y mayores exhiben sus cuerpos musculados, también hay mujeres que corren o pasean, ligeras, tratando de sacar a sus cuerpos de la inacción de la semana. La furgoneta de reparto deposita sobre el mostrador del quiosquero las últimas revistas...

Ajena a todas esas cosas Douce se enseñorea de la playa, un arenal inmenso para ella sola, por donde puede correr libremente, revolcarse en el arena fina y apretada que ha dejado la marea. Una arena apenas hollada por pisadas más madrugadoras , sólo las huellas leves las uñas y sus plantas. La playa y Douce se abrazan como dos enamorados. Es una mañana para vivirla, para sentirla y dejar que esa paz y esa luz iluminen y apacigüen el alma.

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