Douce en Bonnie&Clyde

BY DOUCE

Como verán por el tono y los temas de sus ‘post’ – yo también puedo ser moderna – mi papá se ha puesto un poco fúnebre últimamente , quizá para ponerse acuerdo con el calendario que habla de difuntos, santos, crisantemos y elecciones, todo ello bastante funerario. De todas formas no le crean demasiado, es un poco exhibicionista emocional y a veces carga las tintas para hacerse más interesante.

Yo, que tengo una visión más natural, realista y optimista de la vida, no le doy tantas vueltas al coco y me ocupo de la realidad cotidiana, que es lo que vivo y siento sin tanta alharaca reflexivo-emocional. Yo soy lo que siento, no lo que pienso. Y ayer viví algo que no pertenece a mi cotidianidad. Ayer fui a la pelu , que como saben mis seguidores, se llama Bonnie & Clyde.

Tenía cita para las 5 de la tarde, como verán una hora muy poética. Mi peluquería es tan ‘in’ que hay que pedir hora con una semana de antelación. Llegamos puntuales porque mi papá es muy mirado con esas cosas de la puntualidad y el cumplimiento. Enseguida se pone nervioso si no cumple con sus compromisos, yo esas cosas me las tomo mucho más flexiblemente. Así es que llegamos, mi papá aparcó el coche enfrente, enseguida me percaté dónde estábamos y empecé a hacerme la remolona . No quería salir del coche, porque aunque mi peluquero es muy simpático, me trata con mucho cariño y me da golosinas, no me gusta salir de mi ambiente donde me siento más protegida y a gusto. Supongo que ustedes podrán comprenderlo, porque a veces les habrá costado darse el primer empujón y salir del confort que proporciona la rutina casera.

Como no quería salir, mi papá tuvo que cogerme en brazos y sacarme contra mi voluntad. Enseguida se me pasó y nada más entrar empecé a olfatear los mil olores de la pelu-tienda. Con toda la confianza puse mis patas delanteras encima del mostrador para que Javier me diera unas golosinas y ya se me pasó todo.

Mi papá y Javier quedaron para que a las 7 viniera a recogerme. Así fue, a las 7 en punto estaban allí mi papá y César, mi amo, que por una vez se había molestado en venir a buscarme. Se abrieron las puertas abatibles, como las de un saloon del Oeste y aparecí yo en todo mi esplendor y belleza, con mi nuevo look. Lo mejor son estos reencuentros.

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