¡ Enhorabuena, campeón !

Hace hoy exactamente 8 días, el lunes pasado, escribía en esta bitácora lo siguiente: “Cada día me entero qué fue de aquel ‘símbolo’, de aquel ‘ídolo’ o ‘ídola’, que durante años acapararon primeras páginas de revistas y periódicos, fueron objeto de nuestros ocultos y disimulados deseos , de envidia o de admiración. Dos de ellos , los contemplé ayer en los periódicos en una silla de ruedas, a otra ‘oscuro objeto de deseo’ de muchos jóvenes y hombres de los años 70, la vi sentada en un sillón tapizado...”

Uno de esos dos ‘ídolos’, cuyo nombre no mencioné entonces, era Paquito Fernández Ochoa. Hoy al llegar a mediodía a casa lo primero que me dijeron es “ ha muerto Paquito”. Cierto es que minutos antes, al pasar por delante de un bar, vi brevemente en la televisión unas imágenes de esquí alusivas a los juegos olímpicos de Sapporo y me pregunté por qué estaban poniendo esas imágenes. Lo he comprendido después.

Ahora leo todas reacciones de los hombres del deporte y de la política alabando fundamentalmente su hazaña, los hay incluso que hasta casi se cuelgan la medalla , porque afirman que eran ellos los que se la impusieron “el oro de Paquito en Sapporo fue la primera medalla que yo entregué como miembro del COI, organismo en el que por entonces era jefe de protocolo". Dejo aparte la oportunidad o inoportunidad de la frase. A mí no me importa demasiado esa medalla, el ruido que se armó cuando la consiguió, y el ‘orgullo patrio’ que eso supuso y que como siempre se apropió el régimen y de paso, nosotros, algo papanatas , también nos la colgamos como si hubiéramos hecho el slalom o cómo se llame eso, que de esquí no sé ni por dónde se cogen los bastones.

Lo que a mí si me llamó la atención, profundamente, fue ver a un hombre en una silla de ruedas rodeado de las infantas y de otras gentes en la plaza de Cercedilla. Me preguntaba quién era aquel hombre cuya cara me sonaba de algo perocambiada y marcada con los rasgos claros de una enfermedad que por entonces ignoraba. Luego vi la estatua que le habían erigido en su pueblo y oí su nombre. No podía creer que fuera la cara de aquella persona que recordaba joven y sonriente. No oí bien las palabras que pronunció, pero sonaban a dar ánimos, a olvidarse un poco de sí y de su enfermedad, para agradecer y animar a los demás.

Eso fue sobre todo lo me llamó la atención. En ese momento no me importaban para nada sus medallas. Lo que me servía de ejemplo , provocaba mi admiración y envidia, era el coraje que manifestaba. No podía imaginar que esa sentencia inapelable iba a cumplirse hoy, 6 de noviembre.

¡Enhorabuena campeón, de la verdadera Olimpiada!
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Foto: EFE/El Mundo

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