Moradores de la calle

REGRESO A CASA

By DOUCE


Ha regresado mi papá de sus vacaciones. El hombre a cualquier cosa llama ‘vacaciones’. Sea como sea, la verdad es que yo le he echado mucho de menos. No se lo voy a decir, porque luego se me crece y prefiero hacerme la valiente. Además, estoy segura de que a él le ha ocurrido algo parecido. Así que lo he recibido con un variado festejo hecho de zalamerías, saltos, cariños y revolcones por el suelo, lo suficiente para ganarme un buen paseo.

Curiosa, como fémina que soy, le he hecho una serie de peguntas sobre con quién había estado, si había conocido a más perritos, qué había visitado, qué tal los festejos…pero va el tío y en lugar de hablarme de fiestas y cotilleos me suelta que una de las cosas que más le ha llamado la atención y por la que se ha interesado de manera especial, es por los ‘moradores de la calle’.

- Que yo sepa, le dije, la mayoría de las personas se pasean por la calle, van y vienen, compran, entran y salen en las cafeterías y los bares, se sientan en una terraza, en un jardín, en la plaza…

- No me refiero a esa gente, me ha cortado. Hablo de los verdaderos ‘moradores de la calle’, aquellos que por necesidad o por opción personal hacen de la calle su hogar, su lugar de ‘trabajo’, aquellos que en cada cicatriz, en cada arruga de su rostro, en su cabello, en su atuendo, llevan la marca de la vida…

- ¡Alto, ahí! No te me pongas ‘tragitétrico’ que te veo venir. Háblame en un lenguaje más normal, el que yo entiendo.

- Pues mira, Douce, lo vas a entender muy bien, porque he visto a varios amigos tuyos ‘moradores de la calle’. Los he visto con alguien que tocaba el violín maravillosamente y a su lado, acurrucado, dormitaba un perro. He visto a un marionetista haciendo bailar a sus marionetas como si estuvieran en un saloom del Oeste. También he visto perros sentados al lado de un mendigo que ofrecía una especie de taza para recoger algunos euros para poder para pagar comida y cama, si es que la colecta les daba para ello.

Luego me habló de vendedores de globos, sentados en medio de una plaza, de artesanos que hacían ceniceros o bandejitas con latas de coca-cola, de parejas de ‘acróbatas’, de mimos que esperaban que un niño se acercara hasta su cesto de mimbre para hacerles un saludo.No quise tirarle más de la lengua dado el sesgo que estaba tomando la cosa, porque a medida que me contaba estas ‘noticias’ se me iba arrugando más el estómago y casi me veía en la calle con él, haciendo de D. Tancredo en cualquier esquina o vendiendo poemas ramplones a la puerta del jardín de Calixto y Melibea. Y es que cuando mi papá se pone costumbrista y melancólico, dan ganas de decirle: “Oye, guapito, ¿Tú has ido a una fiesta o a un velatorio? ¿Y de chismes y cotilleos, qué?"

Espero que en cualquier otro momento me cuente algo del banquete que se pegaron, de los sitió que visitó, por dónde anduvo de parranda y cosas que tengan algo más de ‘condimento’, porque hay que ver qué tardecita me ha dado.

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