Y la luz, se hizo...

Tres hechos, tres personajes, tres circunstancias muy distintas, me han hecho pensar cómo en un instante aparece una luz que ilumina mil rincones escondidos que estaban esperando esta iluminación. El proceso puede haber sido largo, oscuro, pasar incluso desapercibido, aunque sordamente sentido, para aquél en quién se verifica el cambio.

Los partos suelen ser dolorosos, pero ver luego la felicidad de unos ojos nuevos que se abren a la vida , merece la pena haber atravesado el trance.

Los tres hechos que menciono, puede parecer que no tienen ninguna relación entre ellos, pero al menos para mí, evocando tres lecturas dispares, me parecen reveladores.

El primero surge de este último repaso al libro de Alain, “Sobre la felicidad”, del que ya he hablado. En uno de sus “propos” , titulado “Búcefalo”, Emile Chartier hace alusión al famoso caballo de Alejandro. Ningún jinete podía mantenerse sobre la grupa de aquel caballo indómito y temible. Sólo Alejandro buscó la causa de aquel comportamiento y la encontró, halló la luz y pudo manejar al que sería su mejor amigo y compañero en las batallas. Bucéfalo sentía un pánico incontrolable de su propia sombra, y el animal no sabía que su propio miedo hacía saltar aquella sombra que le asustaba. Alejandro dirigió los ojos de Bucéfalo hacia el sol, y en esa posición pudo domarle, hacer de él la bestia formidable que era realmente. No dominaremos nuestros miedos, hasta que no conozcamos la causa profunda que los provoca y que tanto nos atormenta.

El segundo hecho parte del libro de Pat Conroy “El príncipe de las mareas”, llevada a la pantalla de la mano maestra de Barbra Streisand. El libro y la película hablan de las turbias relaciones de una familia de Carolina del Sur, una familia que se desgarra en torno a un secreto espantoso y que causa los intentos sucesivos de suicidio de Savannah y la vergüenza sorda ,inconfesable, de Tom, su hermano gemelo. Hasta que, reclamado por una seductora psiquiatra, Susan Lowenstein, para explorar en la infancia de Savannah, Tom deberá sumergirse en las profundidades de la infancia y llegar hasta un hecho que ha tenido callado y que le ha atenazado durante toda su vida, hasta el punto de no entenderse a sí mismo y las cosas que le ocurren. Sólo, la mano diestra de la psiquiatra, le llevará hasta esa celda cerrada a la que no ha permitido que llegara la luz para poder mirar de frente, cara a cara , esa vergüenza que le asusta y le ha paralizado. Es un momento doloroso, pero vivido intensamente, asumido, su vida se ilumina con luz nueva, una luz que le permite aceptarse con todas sus contradicciones, hasta ahora no asumidas.

La tercera escena, quizá parezca menor ante las dos que hemos evocado, pero también tiene un sentido, un simple hecho que supone un giro importante en la vida de Silvia uno de los personajes de “Tiempo de cerezas”, de la malograda escritora catalana Montserrat Roig. Es un libro que me gustó cuando lo leí, una mirada crítica a los hijos de la Primavera de Praga y del Mayo francés.

En un pasaje de la novela, Silvia está en Paris, y en un momento de luz descubre algo que yacía en la oscuridad, cubierto por prejuicios y doctrinas que le impedían verse realmente a sí misma y sus auténticos deseos...

“¡Sergio le descubrió tantas cosas! Y también su propio cuerpo, aquella noche gélida del invierno parisiense, cuando en su chambre de bonne le besó por primera vez el sexo. Una corriente eléctrica le pellizcó la espina dorsal, habría querido abrirse toda y que Sergio entrase dentro de ella. Fue entonces cuando comprendió que aquello no sólo no era pecado, sino que era el inicio de un nuevo sentido..."

Tres hechos, tres personajes, tres circunstancias distintas en calidad e intensidad, pero que constituyen una iluminación y significan un giro importante.

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