Burgos I : en torno al Cid
Viajar, vivir, aunque sea sólo algunas horas, las calles, el paisaje, las gentes, aires nuevos, supone una renovación interior, si de verdad "viajas" y no solamente "pasas por ahí". Pero esa capacidad debemos llevarla dentro de nosotros, si queremos realmente enriquecernos cuando viajamos. Y si en el viaje no estás solo, lo vives doblemente, porque te enriqueces con su "viaje interior", cuando comentas un hecho, oyes las mismas explicaciones e intercambias pareceres, ves , degustas cosas, compartes tus vivencias.
He pasado unas horas en Burgos y he podido darme cuenta de la riqueza que tienen acumulada todas nuestras ciudades, con su vida de siglos a las espaldas. La ciudad ya no sólo son sus calles, sus casas, sus paseos, sus comercios, sus monumentos, las gentes con las que te cruzas o con las que hablas. Es toda una historia-vida que palpita y la vives , la sientes en cada sitio que visitas, en acontecimientos que de pronto te sorprenden.
Paseas, y de repente ves como un grupo de gentes que contemplan un espectáculo de danzas populares, ataviados con los trajes de "antes" y bailan aires que también tienen años, muchos años, quizá siglos. Oyes cantar al unísono a un grupo de gentes, con emoción , un himno cuya letra y música desconoces, pero cuyas voces te hacen sentir, como invitándote con su fervor a unirte a ellos. De repente te sientes uno más, formando parte de ese coro, sin cantar. Cantan un himno regional, patriótico, pero que no resuena contra nadie, como a veces sucede al oír otros himnos, cuando las gentes que lo entonan, además de sentirse coro, grupo, pueblo, es como si levantaran una valla para protegerse y exluir a los que no pertenecen a la "raza".
Esa emoción integradora sentía, sentíamos, aunque no pertenecientes al grupo de cantantes, cuando esta tarde en Burgos, todas las gentes allí reunidas en torno a un Cid, "campeador", con su espada agujereando el aire, celebraban el 50 aniversario de la erección de la emblemática estatua en la plaza de su nombre. Historia y leyendas aparte, se sentían unidos en torno a un símbolo que les sirve de señas de identidad, parte integrante de un pueblo que no excluye.
He pasado unas horas en Burgos y he podido darme cuenta de la riqueza que tienen acumulada todas nuestras ciudades, con su vida de siglos a las espaldas. La ciudad ya no sólo son sus calles, sus casas, sus paseos, sus comercios, sus monumentos, las gentes con las que te cruzas o con las que hablas. Es toda una historia-vida que palpita y la vives , la sientes en cada sitio que visitas, en acontecimientos que de pronto te sorprenden.
Paseas, y de repente ves como un grupo de gentes que contemplan un espectáculo de danzas populares, ataviados con los trajes de "antes" y bailan aires que también tienen años, muchos años, quizá siglos. Oyes cantar al unísono a un grupo de gentes, con emoción , un himno cuya letra y música desconoces, pero cuyas voces te hacen sentir, como invitándote con su fervor a unirte a ellos. De repente te sientes uno más, formando parte de ese coro, sin cantar. Cantan un himno regional, patriótico, pero que no resuena contra nadie, como a veces sucede al oír otros himnos, cuando las gentes que lo entonan, además de sentirse coro, grupo, pueblo, es como si levantaran una valla para protegerse y exluir a los que no pertenecen a la "raza".
Esa emoción integradora sentía, sentíamos, aunque no pertenecientes al grupo de cantantes, cuando esta tarde en Burgos, todas las gentes allí reunidas en torno a un Cid, "campeador", con su espada agujereando el aire, celebraban el 50 aniversario de la erección de la emblemática estatua en la plaza de su nombre. Historia y leyendas aparte, se sentían unidos en torno a un símbolo que les sirve de señas de identidad, parte integrante de un pueblo que no excluye.
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