Burgos II: San Pedro de Cardeña

Siguiendo el curso del Arlanzón , esa arteria de agua y verdor que fecunda la ciudad y la divide en dos mitades, Espolón , Paseo de la Quinta arriba, pasadas Fuentes Blancas, por la carretera que gira levemente hacia la izquierda, uno llega hasta el Monasterio de San Pedro de Cardeña. Es inevitable que el primer recuerdo que evoca este cenobio esté ligado a recuerdos escolares y aquellos versos de Machado, Manuel:

El ciego sol, la sed y la fatiga.
Por la terrible estepa castellana,
al destierro, con doce de los suyos
—polvo, sudor y hierro—, el Cid cabalga.


Y a su paso por el Monasterio, la evocación leve pero densa de la despedida del padre , del marido, en el Poema, que deja al cuidado de los monjes a Jimena y a sus dos hijas:

He aquí a doña Jimena que con sus hijas va llegando;
dos dueñas las traen a ambas en sus brazos.
Ante el Campeador doña Jimena las rodillas ha hincado.
Lloraba de los ojos, quiso besarle las manos:
«¡Ya Campeador, en hora buena engendrado,
«por malos intrigantes de Castilla sois echado! »


Esos, son los recuerdos infantiles que evoca este cenáculo.Luego vendrán las explicaciones del monje cisterciense que nos enseña orgulloso la iglesia, el claustro, la capilla con los seplucros del Cid y de su esposa, los trabajos de sus compañeros: tallas, pinturas, cerámicas, casullas hechas a mano... Va repasando para nosotros toda la larga y compleja historia que guardan estos muros: su fundación , que los cronistas hacen remontar hasta el siglo V. Quizá el primer monasterio de los " monjes negros" (Benecditinos) que con interrupciones permanecerían en él hasta el siglo XVIII.

Sus hermanos , los cistercienses o "monjes blancos" son los que ahora ocupan y se ocupan del monasterio, pero evoca con familiar entusiasmo y admiración el martirio de los doscientos monjes ("mártires"), cuando el general musulman Gálib se internó en tierras castellanas, aprovechando las disensiones entre reyes leoneses y condes castellanos. Era un 6 de agosto como rezan las crónicas medievales, y lo confirma la Crónica General de Alfonso el Sabio, cuando los alfanjes y las cimitarras musulmanas segaron las cabezas de los frailes y se llevaron hasta Córdoba, cruces, cálices , campanas... Nuestro simpático y parlanchín guía nos muestra los cuadros pintados por un monje evocando un hecho que alcanzó gran resonancia en aquellos tiempos y convirtió el cenobio en punto de peregrinación.

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Terminamos la visita, en el mismo sitio que la habíamos comenzado. Allí, un hombre entre 50 y 60 años nos hablaba con orgullo y aplomo de las bodegas del convento, siglo IX o X, con seguridad unas de las bodegas más antiguas de España. Hablaba con calor y buen sentido comercial, del valor de estos caldos que los monjes elaboran. De este vino de escasa pero esmerada selección, que sólo puede degustarse en sitios muy escogidos. La verdad , sin duda de sus afirmaciones, hizo que compráramos una muestra siquiera de este preciado vino. Ahora , al degustarlo, no es sólo su exquisito sabor lo que degustamos, sino , junto a él, la charla amable de ese hombre , el eco aún de las palabras de nuestro guía, el repaso de tanta historia que traía hasta nuestra mesa, tantas fatigas, tanto trabajo de manos humanas que han hecho llegar hasta nosotros este vino, que sin ellos nunca habría sido elaborado.

Comentarios

Roberto Iza Valdés ha dicho que…
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