Una carta napoleónica
EL RUIDO DE LA CALLE
Este otoño va a ser una fiesta de gatos porque no logramos que desaparezca aquel odio celtíbero llamado africano que nos achacaron los catones y escipiones, confundiéndonos con los feroces cartagineses (Carthago delenda est). Las algaradas de las calles y las cacerías de las redes sociales, las maldiciones que nos dedican los señoritos descamisados de Cataluña, muestran que no hemos cambiado mucho desde que Ortega y Gasset analizó el odio como la morada íntima de la mala leche ibérica. «Los españoles ofrecemos a la vida un corazón blindado de rencor», escribió. Me lo comenta esta mañana un viejo amigo de los que oyen el tantán de la tribu con la oreja en el suelo: «A Felipe lo están poniendo de chupa de dómine por su carta napoleónica».
Es que la ideología sigue siendo una forma de odio y la libertad de expresión una licencia para poner a cada cual como hoja de perejil o como chupa de dómine, que según Camilo, es cómo se pusieron entre sí, en el Concilio de Toledo, San Elipando y el Beato de Liébana.
A los que más caña se les da es a los de Podemos, han llegado a amenazar a Pablo Iglesias con tiros en la nuca; ahora, ya no le echan en cara su radicalismo, sino todo lo contrario: que haya pasado de basilisco revolucionario a cangrejo rojo socialdemócrata.
También los de Podemos amenazan en las redes y en los escraches y tampoco se libra Mariano Rajoy de la chupa. En sus paseos por las ciudades le dijeron mentiroso y ladrón. «Tictac: te queda poco», le gritaron recientemente en Palma de Mallorca. La turba inepta llama «pandilla de sinvergüenzas» a los que luego votan.
Nunca ha sido Felipe González santo de mi devoción, pero resulta raro que lo estén poniendo como chupa de dómine los que no quieren que Cataluña se vaya de España.
Que los secesionistas le machaquen tiene lógica, porque el ex ha escrito una carta de Estado, mayestática, contra el delirio ilegal de esa pandilla de guindas, pero que es del género tonto que lo injurien los constitucionalistas, dejándose llevar por el patriotismo de siglas. Cuando mi viejo amigo habla de napoleónico, no se refiere al bonapartismo de Napoleón el pequeño, sino al corso y a su sentido de la Historia. «Con su carta napoleónica apunta alto –me dice–. Está sentando las bases de la gran coalición en sintonía con Mariano Rajoy».
RAÚL DEL POZO
Comentarios