Entre el azar y la necesidad

Como Becaria de esta Isla - mi nombre de Berta - no llega , o no quiere  pringar en estos textos que no se  degluten con estos calores. Dejo al Náufrago que  él se apañe que yo voy a echarme una siesta, ahora que el suelo está fresquito. 'Asín', que  dejaré al supradicho con el Kierkegaard y que le eche él diente si le peta. ¡Que le aproveche si le inca el diente!

Entre el azar la necesidad
Pedro G. CUARTANGO
KIERKEGAARD escribe en la colección de aforismos y reflexiones titulada Diapsálmata que «nadie regresa de los muertos y nadie viene al mundo sin derramar lágrimas». Acto seguido, precisa que «a nadie se nos pregunta cuándo queremos nacer o morir». 
Efectivamente es una gran verdad que no elegimos nuestra existencia, somos arrojados a la vida y tenemos que adaptarnos al medio para sobrevivir en unas condiciones que nos vienen impuestas por la genética o el entorno social. 
Como apunta Kierkegaard, la única certeza desde que nacemos es la de la muerte, lo que equivale a decir que estamos hechos de tiempo. Somos un comienzo que se aleja y un fin que se acerca. 
En la medida que nos hacemos mayores, crece en nuestro interior esa angustia de la pura contingencia, de la conciencia de que el tiempo se nos acaba y se les acaba a los que nos rodean. Vemos desaparecer a nuestros padres y la generación anterior e incluso en nuestras propias filas comienzan a prodigar las bajas. 
Esta es una gran herida que llevamos en nuestro interior por mucho que los medios de comunicación, las redes sociales y la industria del espectáculo nos intenten hacer creer que somos inmortales y que en el consumo está nuestra salvación. 
Es inútil eludir el encuentro con la muerte, aunque la podamos distraer por unas horas como el caballero que la desafía a una partida de ajedrez en El séptimo sello, la película de Bergman. Pero, por la misma razón, carece de sentido obsesionarse por el instante final, dado que su inevitabilidad nos libera de toda esperanza. 
Nos queda, más que algunos momentos imprevisibles de felicidad, el consuelo de mirar a nuestro alrededor y de descubrir con nuestros ojos lo que no habíamos visto, tal vez por demasiado cercano. 
Acercarse a la vejez es empezar a comprender el sinsentido de la vida y por qué somos como somos. Y también darse cuenta de que cualquier esfuerzo para cambiarnos es inútil. Llegados a este punto, sólo cabe la modesta aceptación de que todo estaba escrito previamente por una mano misteriosa que ha guiado nuestro destino. ¿Somos consecuencia del azar o de la necesidad? No tengo respuesta para esta pregunta.

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