El autobús de las ocho y cuarto
By DOUCE
Desde mi observatorio imparcial de perrita observo a veces a mi papá y a través de él veo cómo funcionan los humanos, algunos humanos, por lo menos. Estos días he notado algún cambio en su rutina ordinaria. Le veo que madruga algo más, coge su bolsa de deporte y acude a sus nataciones o a donde vaya.
Sé, porque me lo ha comentado durante el paseo de esta mañana, que algo ha cambiado esta semana. Hay que decir que estos días, por motivos que no vienen al caso, está sin coche. Y mi papá sin coche es medio papá. Como perrita, observo que ese 'artefacto' que los hombres inventaron para ir más deprisa y llegar antes a todos los sitios, cosa que no siempre consiguen, modifica el carácter de los humanos, los hace más agresivos, más impacientes y los aísla de los demás. El coche se convierte en una especie de burbuja rodante o, lo que es más grave, en un búnker donde se protegen o desde el que lanzan ráfagas de malhumor al menor movimiento extraño . Tengo la perruna impresión de que en lugar de ayudarles a mejorar la vida, les sirve a menudo para complicársela aún más.
Pero volvamos a lo nuestro. Hoy, mi papá, ha tenido que coger el autobús a eso de las ocho y cuarto. La experiencia le ha servido, en primer lugar, para aprender a tener un poco de paciencia y saber esperar a que el autobús llegue. Esto de las esperas, para un cagaprisas como él, le parece una pérdida de tiempo y se impacienta. Si además tiene que aguantar a un chavalín de ocho o nueve años que no hace más que pasear su monopatín por el banco que hay en la parada-asubiadero, ya ni les cuento.
No terminan ahí sus experiencias. Una vez en el autobús, observa que entre las treinta o cuarenta personas que viajan en él, hay 13 ó 14 de color, mujeres, niños, chicas jóvenes. Se fija en una de ellas que, de pie y agarrada a la barra, ve pasar el ‘paisaje’. De perfil, su frente, su nariz, sus pómulos, sus labios perfectamente dibujados, su mentón se destacan perfectamente con rasgos propios. La mayoría de la gente viaja más bien con gesto serio, algunos con cara de sueño todavía. Apenas nadie habla. El silencio sólo lo rompen las risas los juegos, las charlas animadas de los cuatro muchachitos morenos que se han constituido en ‘guardianes’ de la puerta de salida central del autobús. Es casi la única señal de vida a estas horas de la mañana.
Mi papá les observa, con sus mochilas llenas de libros, camino del colegio, mientras a través de las ventanillas ve pasar delante de él las vallas publicitarias, situadas en una rotonda frente al Hospital de la Seguridad Social: cuerpos jóvenes, bronceados, anuncian que ya está ahí el verano de la Corte o del Corte Inglés, coches deportivos, chalets con piscinas, whiskys, cocinas amuebladas… Un mundo bastante distinto del que ve en la plataforma del autobús, mientras esconde su bolsa de deporte debajo de un asiento para no obstruir el paso y se aferra a la barra para no irse al suelo , cada vez que el chófer, joven, ataca una rotonda.
En cada parada se renuevan los viajeros . Se puede percibir netamente el calor humano. Ya queda poco, en la próxima parada se bajará. Con él descienden los cuatro morenitos de inmensas mochilas y sonrisa permanente. Van al mismo colegio donde se encuentra la piscina de mi papá, pero antes de llegar entran en una tienda para proveerse de ‘gusanitos’ y otras chucherías…
Todo un pequeño mundo que mi papá se pierde cuando se blinda en su coche y no se fija en casi nada.
-------------------
(También tengo un 'poema(dia)rio'... ¿no lo sabían? )
Comentarios
Y en otras islas más duras seguimos perdiendo las sonrisas y los momentos dulces que asoman en el día a día; en los juegos de los papás y los niños antes de entrar a clase, en las conversaciones de quienes han vivido el tremendo cambio del mundo y siguen acumulando experiencias, en los perros disfrutando del verde del parque de al lado de casa, casi menos que los dueños..., en la complicidad de algún desconocido que nos mira comprendiendo una misma situación vivida en un instante...
Parece que si uno se para un momento, aun queda sitio para olvidarnos del tiempo y de las prisas...
En fin, nunca es tarde para aminorar la marcha, y dedicarles siquiera unos minutos.
Saludos desde esta isla, Campurriana.
¡Feliz día!