Desayuno con croissant

MAITINES DE NÁUFRAGO

Señalaba ayer el Náufrago las ventajas de haber recuperado la simple condición de peatón. Hoy, al volver de sus ‘ocupaciones’ matutinas, se topó con un amigo que, como él, ha pasado a 'mejor vida' y al que hacía tiempo que no veía. Enseguida se pusieron al corriente de las respectivas novedades que tampoco eran tantas.

Su amigo que es locuaz con los amigos y muy reservado cuando no se siente en confianza, le contó lo que le había ocurrido esta mañana, empezando por las conversaciones de las que había sido silente testigo, cual corresponde a su talante cuando la gente en vez de hablar, chilla, en vez de razonar, dogmatiza y más que escuchar a los demás, sólo se escuchan a sí mismos… "Una discusión a la española", resumió, mientras el Náufrago asentía con la cabeza.

Tras el desahogo, pasó a cuestiones más lúdicas. Entre broma e ironía, artes que utiliza su amigo para protegerse de la estupidez nacional, le contó una pequeña anécdota digna de comentar con el señor Solbes o con el mismísimo Zapatero para apoyar la 'visión – Alicia' de la realidad económica española de que tanto se habla y tan poco se hace para hacerle frente. Su experiencia matutina serviría de referencia a ese lenguaje rebuscado y oscuro con lo que se trata de ocultar lo evidente: nada de recesión, sino ‘desaceleración significativa’, o a lo sumo una transitoria ‘estanflación’ que suenan a evasión por la cotangente.

- Pues verás, querido Náufrago, le dijo. Hace un rato, aprovechando esta luminosa mañana de junio, me senté en una terraza del Paseo de Pereda, y como no tenía prisa, ni había nadie que suspirara por mis huesitos, abrí el periódico, llamé al camarero y le pedí un descafeinado de sobre, con su correspondiente croissant a la plancha, mermelada y mantequilla. Me dirás, continuó, que qué tiene eso de extraño. El Náufrago no dijo nada, porque sabía que era una forma más de alargar la intriga.

- La sorpresa vino cuando el camarero llegó con su bandeja depositó el desayuno sobre el velador y volvió a entrar en la cafetería. Entonces, por curiosidad de jubilado, miré el ticket, lo leí dos veces porque no daba crédito a lo que veía:

(…Pausa valorativa por ambas partes)

- “ ¡Un euro y sesenta y cinco céntimos de vellón! Sí, aquel desayuno: taza gran tamaño, sobre de nestcafé, bolsita de azúcar, croissant (big size), mini paquete de mantequilla y cajita de mermelada de melocotón, servicio de camarero joven y bien uniformado… ¡Todo por “1’65”! y eso sin declarar mi condición de jubilado. Estuve por llamar a ZP para decirle que el café a 0’80, como Teruel, ¡existe! Porque, deduje, que el 0’85 € sería la parte correspondiente al croissant, la mermelada y el azúcar. El Náufrago no se atrevió a reprimir la euforia de su amigo y dejó que terminara la anécdota.

- Pues mira como tenía mis dudas, para cerciorarme de que mis ojos no me engañaban y de que en efecto era el montante que tenía que pagar, aprovechando que el camarero cobraba en la mesa de al lado y ya volvía a la cafetería, le llamé:

- “¡Juan Carlos!” , el camarero volvió la cabeza, extrañado de que alguien le llamara por su nombre… Es que he visto su nombre en el ticket y me parecía más propio llamarle por su nombre y pagarle, le dije.

- El ‘garçon’ sonrió: “Es que me ha extrañado oír mi nombre” y ambos sonreímos.

El Náufrago también encontró oportuno que le hubiera llamado por su nombre, en lugar de un frío “¡camarero!” y aprovechando la circunstancia, antes de que, en su euforia, su amigo continuara contándole sus andanzas matutinas, que las tendría, se excusó por tener que dejarle, aludiendo a una inexistente cita.

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