Encerrados con el juguete de la ansiedad


Juan CRUZ.
"Ahora tenemos en nuestras manos el móvil, que nos permite comunicar con todo el mundo y va a hacer posible lo que decía José Ortega Spottorno acerca del fin del mundo: llegará cuando todos los teléfonos comuniquen, decía el fundador de EL PAÍS. Ahora ya se sabe qué pasa con los móviles: lo contienen todo, desde el ocio al insulto, y en medio estamos nosotros, embobados. Dentro de este rectángulo generalmente oscuro están ahora los periódicos, con sus noticias y con sus entretenimientos, los cotilleos, con sus noticias tan entretenidas, los concursos, las llamadas y los mensajes, las fotos, los correos electrónicos, la pornografía posible, los avisos de las distintas redes sociales, el tiempo y la pérdida de tiempo, la ansiedad calmada y la ansiedad furiosa. Y por fuera del rectángulo, pero dentro del rectángulo también, estamos nosotros, víctimas suculentas del festín que nosotros mismos les damos a multinacionales del cambalache


Ahora se está produciendo un fenómeno interesante, previo quizá a la consideración de esta adicción como una de las enfermedades tenues que se van haciendo oscuras. Gente harta de depender, como quien esto escribe, del teléfono y de sus distintos juguetes ansiosos se están bajando de ese tren que conduce, mal usado, a un choque infernal entre la realidad que uno vive y lo que está emitiendo el aparato. Uno de los que ha decidido bajarse decía ayer en EL PAÍS que su felicidad dependía de los likes que obtenía con su Facebook. Y que ya estaba bien. Hasta decir eso hay que caminar un largo trecho, tan largo como el que hay que seguir hasta entender que en las redes sociales del preperiodismo nos están vendiendo mercancía averiada que compramos con regusto porque habla mal de nuestros adversarios e incluso de nuestros amigos, a los que no queremos tanto como dice Facebook. .



El día en que dejemos esta ansiedad por otra cosa alguien hará comercio también de la ansiedad nueva".

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