Jugueteando con el lenguaje

(Hoy voy a insertar en este cuaderno un escrito de mi hijo. Sí, a veces los hijos te confían sus escritos y te proporciona una doble alegría, primero por lo que significa de confianza, al salir de su habitual secretismo y en segundo lugar, porque nos gusta descubrir esa punta de fina ironía que uno tanto aprecia. Así que perdonen mi tontería de padre al dar cabida gustoso a este texto, aunque juegue con los testículos)


De todos es sabido que hay frases con las que el ánimo puede verse alterado de infinitas maneras. Algunas tienen el poder de conjurar la alegría o la tristeza, según el caso. Otras son particularmente irritantes dependiendo del contexto y las circunstancias. Incluso, hay ciertas frases que con sólo repetirlas una decena de veces tienen la propiedad de acallar nuestras conciencias y adormecernos el tiempo justo para evitar todo tipo de situaciones incómodas y osadas, impertinentes, provocadoras, e inoportunas.

Hoy quería hablarle, amigo mío, de una de estas frases poderosas. Seguramente ya haya experimentado sus benéficos efectos, aunque es más probable aún, que no se haya parado a reflexionar sobre el origen y naturaleza de este remedio tan humano.
Hablamos, señores míos, de

"Hago lo que me sale de los cojones"

Este placebo antiquísimo, ya conocido y puesto en práctica por los sumerios (aunque bien es cierto que en una forma un tanto peculiar, a saber, en lenguaje cuneiforme, dado que sus bocas tenían forma de cuña, lo que les otorgaba un aspecto fantástico y cómico, particularmente en la hora temprana del desayuno), tiene una historia tan larga como la humanidad misma. Esta frase, que se remonta a miles de años atrás en la historia, tuvo desde sus inicios una gran aceptación y rápidamente su uso fue extendiéndose por Mesopotamia llegando a ser reconocida práctica mundial ya entrado el siglo IV a.C. Los primeros vestigios se encuentran en el famoso Poema de Gilgamesh en cuyas tablillas se incluye la frase, seguramente pronunciada en un acceso de fiebre por algún dios enfurecido.

Ha sufrido tantas variaciones y versiones a causa de la adaptación a cada identidad cultural, que sería tedioso e imposible enumerarlas todas. Es más, hasta el momento, nadie ha sido capaz de ofrecer una recopilación sistemática al respecto y un humilde servidor lucha cada vez con más flaqueza contra la perversa realidad. Pese a todo, la frase podrá encontrarla en cualquier idioma y país, sometida a numerosas revisiones, arreglos, estrechamientos o ampliaciones. Se sabe, asimismo, que ciertos gremios han adoptado la frase en su argot particular, situación ésta que obliga a un estudio mucho más metódico y atento para averiguar su localización e identificación unívocas, y que ha generado numerosas trifulcas entre órdenes secretas destinadas a dilucidar quién es el auténtico creador y propietario de la patente.

Como sabe, amigo mío, el lenguaje es un virus falsario. Desgraciadamente, y pese a su eficacia evidente, esta frase es rotundamente incierta. Si se la somete a un cierto análisis es inevitable llegar a la conclusión de que se trata de un enorme y grasiento engaño. Sus cimientos se derrumban como si de naipes se tratara ante la menor intención de comprobar su veracidad. Lástima, pensará usted. No, amigo, no tire la toalla y muestre ese horrible espectáculo tan pronto. Piénselo, ¿qué importancia tiene que el remedio que proporciona tanta seguridad, satisfacción, arrojo y empaque, sea una burda mentira? ¿Acaso lo importante no es el resultado final?. Así es. Le invito a que haga una sencilla prueba al respecto.

Póngase frente a un espejo, fruncido el ceño, y pronuncie en alta voz y claramente:

"Hago lo que me sale de los cojones"

¿Qué tal? Impresiona, ¿verdad?. Yo también le quiero, compañero, pero contrólese. Hagámoslo más difícil aún. Repita la misma acción, pero esta vez haga un esfuerzo previo por interiorizar la nauseabunda falsedad de la frase en cuestión. ¿Nota algún cambio? No, ¿verdad?. Béseme la mano. ¡He aquí el milagro!. ¡Cuán poderoso es el lenguaje!. ¡Qué insólita influencia tiene en nuestro estado de ánimo!.

Hasta aquí esta breve introducción a los beneficios que el Altísimo nos pone al alcance de la lengua para consuelo de todos. Recuerde que no sólo puede ejercitarse frente a un frío espejo. También es posible hacerlo con cualquier ser humano que se encuentre en el radio de acción más próximo. No discrimine. En el peor de los casos puede ser víctima de algún tipo de agresión física, en cuyo caso, haga uso de ella como pasaporte para una baja laboral. Si es agredido verbalmente con una contrarréplica a modo de insulto o mofa, ríase cínicamente. Si, llegado el caso, sufre alguna variedad de argumentación perfectamente razonable y válida, haga caso omiso y suelte lo primero que le venga a la cabeza, con eso bastará. Aleje sus miedos y vea con extrema felicidad lo moldeable que puede llegar a ser el rostro del prójimo.

Suerte y a practicar

César

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