El cielo de Madrid

Acabo de leer “El cielo de Madrid”, de Julio Llamazares, este leonés nacido en un pueblo perdido hoy bajo las aguas del pantano del Porma, y que sólo alguna vez, cuando lo vacían o se vacía, surge de entre el fango y las ranas.

Julio - Carlos, el pintor en el libro - ha dejado los grises cielos asturianos para tocar el cielo azul , rosa, a veces malva, de Madrid. Llegó, como tantos otros periféricos, como Suso, Mario, Rico atraídos por este cielo de sus sueños de escritores, pintores , artistas de todo pelo. Algunos, como Suso, regresarían, desilusionados, a las brumas de Galicia sin haberlo no ya tocado, sino sin apenas haberlo habitado. Otros se quedaron aquí sin alcanzarlo, los hay que creyeron haberlo logrado.

Carlos se quedó aquí, porque sabía que para él no existía otro cielo. Después de haber pasado por el Limbo de la bohemia, de las noches de bares, charlas y copas, después de haberse mudado de un piso a otro, cambiado de amigos , de compañeras, de locales, mientras trataba de tocar , de pintar ese cielo. Después de creer que al fin lo ha logrado, después de saborear los halagos del éxito, mientras otros, a su lado, adulan, se instalan y acomodan, o vagabundean , se hunden en la gran ciudad que a todos acoge... Carlos se da cuenta que el cielo del éxito, no es el cielo de los sueños que él buscaba. Madrid, el Madrid de las fiestas y los halagos, de los amigos de conveniencia, se convierte para él en un infierno. El infierno de sus soledad en pleno éxito, la contradicción constante que es su vida “ entre el cielo y el infierno, entre la libertad y la necesidad de amor, entre la soledad y la búsqueda del éxito”.
Es Fermín, el mendigo que pasa sus noches en un banco de la plaza de las Salesas, el que conoce perfectamente su soledad de pintor de éxito, el que sabe que lo que él busca y no busca, está ahí arriba. Por eso está también , allí, en el banco, por ese cielo.

Para encontrarlo, para verlo mejor, para descubrir la necesidad que tiene de él Carlos necesita alejarse de Madrid, no demasiado lejos, creyendo que desde fuera, al pie del Guadarrama, podrá salir de su Infierno interno y pasar el Purgatorio antes de llegar a “su” cielo. Tres años en Miraflores, mirando el cielo, sufriendo soledad y los rigores del invierno. Tres primaveras de deshielo y otros tantos veranos huyendo de los veraneantes que ocupan con su banalidad y su prepotencia el pueblo, refugiado en la colonia que ha escogido como refugio hasta descubrir que tampoco allí está su sitio. “ Mientras Madrid estuviera allí, mientras su cielo siguiera altivo, desafiando al mundo y a las montañas con sus azules y rosas fuertes, yo me sentía seguro, por más que esa sensación fuera absurda cuando volvía a ver a los conocidos en los locales de siempre, los restaurantes de siempre o en los que estaban ahora de moda”.
Necesitaba ese cielo que era el que “ llenaba sus sueños”, el que él y sus amigos habían venido buscando desde los cuatros rincones de España. Lo necesitaba para que su hija, que aún no podía entenderle, lo viera escrito en su cara, porque con palabras no sabría explicárselo. No sabría explicarle que había pasado su vida “ deambulando entre la luz y la oscuridad, entre la libertad y la necesidad de amor, entre la soledad y la búsqueda del éxito, entre el cielo y el infierno, desde hace muchos años”.

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